Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



domingo, 13 de marzo de 2016

V. Konstantin

No sé qué hora es, pero tiene que ser tarde, no se oye un alma en la calle. Konstantin no se cansa de leerme viejas historias sobre Albania, la legendaria y poderosa, la de Skanderberg y las batallas contra los otomanos, y yo no me canso de escucharle.



Konstantin ha visto pasar lo mejor de su vida en esa antigua y acogedora casa del barrio de la colina de Berat, quién le iba a decir que su hijo acabara montando en ella un hostel para trotamundos. La dictadura le impidió salir de su pequeño país, él que soñaba con viajar a París, y tampoco le permitió escuchar la radio extranjera, no fuera a ser. Pero su ansia por aprender, por conocer, era más fuerte, así que sin importunar al régimen consiguió hacerse con un libro, aquel libro. Método de francés para albaneses intrépidos, debiera titularse. Y sí, lo aprendió, a base de leer, releer, subrayar, pronunciar y autocorregirse, un día, y otro, hasta que años después se cansó de esperar una puerta abierta, alguien con quien poder hablar esa bella lengua y que no fuera él mismo. 

-¿Spanya? Donc, peut être, vous parlez français... -Oui, un peu...

Berat. Barrio de la colina
Un largo paseo desde la estación de autobuses de Berat, casi dos kilómetros de mochila, me llevan al centro del pueblo, ya ciudad. Antes un viaje iniciático desde Durres con el minibus, en el que cuando se acaban los asientos se colocan taburetes en el pasillo, y en el que cuando se para ante un semáforo entra el vendedor de agua y palomitas sorteando taburetes y paisanos. No menos épico llegar al albergue, el mes que viene pondremos el cartel en la puerta, me dirá el dueño. El tiempo se para y la bienvenida se traduce en hospitalaria acogida regada de dulce y licor en el salón de la casa, en el que poco después aparecerán Ky y Jennifer, malaya e inglesa, también viajantes, para engordar la tertulia. Y todavía falta la filipino-australiana para completar este cuadro de Mondrian que subirá a la fortaleza para cenar, y trazar líneas en nuestros mapas biográficos.  

Fiesta en la fortaleza de Berat

La mañana siguiente trae consigo la "Fiesta del Verano", 14 de marzo, y no es Bilbao, que me abrirá las puertas de la Albania más auténtica. Todo el pueblo se reúne en el recinto amurallado que corona el pueblo en  lo alto, a celebrar la primavera. 
Concierto popular, almenas conquistadas por chavalería ávida de ver y ser vista, mantel  en la hierba y viandas caseras, niños que corren y van, y vuelven, y van, y vida, mucha, sencilla, para qué más. Y el pastor con sus ovejas, que no entienden de castillos ni de historia, y menos aún de fiestas.


Todavía quiero sacar más jugo de Berat y en la tarde noche paseo por la carretera que faldea por la otra colina para contemplar desde lo alto el coloso edificio de la universidad, sello del antiguo régimen, antes de pagar el precio de la curiosidad en mi absurda ascensión a la cima por las faldas del monte. Eterno paseo de vuelta espantando asilvestrados  cancerberos nocturnos  a golpe de linterna para llegar a cenar. 

Universidad de Berat
Es ya algo tarde, pero Konstantin todavía me espera para poder conversar de nuevo, la último vez, porque mañana marcho, tantos años esperando a alguien con quien  hablar francés. Sentados en torno a la pequeña mesa redonda me enseña el libro, aquel libro, ajado y lleno de subrayados y anotaciones, y me lee, pausado y reflexivo, aquellas viejas historias sobre Albania, la legendaria y poderosa. Y no me canso de escucharle.

Konstantin