Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



martes, 28 de junio de 2016

XXXV. Gran Muralla

Los días pasan y mi mochila pesa cada vez más. No, no estoy a gusto en China y mi viaje se hace ahora sí cuesta arriba cuando creía sería al contrario, superados los desiertos y cerca de cuatro meses haciendo camino. No es el problema de comunicación, nada nuevo en mi viaje, no son las dificultades en el moverse y en orientación, pues voy encontrando soluciones, no es la fatiga del viajero, pues mi inquietud por avanzar sigue casi intacta. No, son las distancias, largas, enormes, físicas y mentales, entre las ciudades, y entre mi mente y sus mentes. No encuentro rastros de la cultura milenaria que se presupone, sólo atracciones para turistias y masas teledirigidas que copan taquillas y tiendas de souvenirs. No encuentro un mínimo razonable de pensar en el de enfrente, sino una guerra en cada esquina donde los pasos no se ceden sino se conquistan.

Y no encuentro libertad, sí, sobre todo libertad, sino una tropa de hormigas obreras siguiendo son pensar los dictados de una reina que se hizo trilera y sacó del cubilete la palabra consumismo. Desiertos con alambradas y carriles con un único sentido.
He aquí la Gran Muralla, la que me distancia de forma irremisible y la que me hace no estar a gusto.

Así que pienso ya casi sólo en salir, y busco el camino. Y de nuevo será por el este, cumpliendo con mi estrella y mi camino. Pekín se abre hacia el mar, puerta de salida, y será mi último objetivo buscando libertad y lo que quede de la China Imperial. Intentaré aprehender hasta el final, aún renunciando a los magníficos paisajes del sur, que temo sean hoy ya también otra muestra del artificio del que pretendo huir.


Desde Yichang y el río Yangtsé mi ruta apunta al nordeste hacia la mítica Xi´an, enlazando nuevamente con la Ruta de la Seda, última parada antes de Pekín.

Y Xi´an me recibe con lluvia imperial y tráfico ancestral, poco queda de la que un día fuera capital de la China Ming, cuadrícula
Xi´an, barrio musulmán
amurallada con puertas horadadas por coches y autobuses, templos salteados que aún hoy sobresalen por encima de la ciudad, ¡que resulta musulmana! Paradoja interesante, los Hui son casi tantos como los Han, y un barrio de humo, panes y brochetas, en torno a la Mezquita, hervidero comercial imán del turisteo, mezcla heterogénea con sabor bien peculiar, media luna de Xi´an.

No muy lejos de la ciudad se hallan sus más famosos moradores, esperando una señal yacen los Guerreros
Guerreros de terracota, Xi´an
en hangares de impresión, petreos y en formación, prestos a repeler a la tropa de curiosos, lanzas frente a cámaras, terracota endurecida tras siglos de reclusión. En qué pensaba el Emperador para organizar tamaña horda, hoy rompecabezas casi eterno de piezas imposibles, delirios de grandeza y ansia de inmortalidad, Keops y rascacielos, tan lejos y tan cerca.

Y ahora ya sí Pekín, Beijing para enterderme, directo a
Plaza de Tian an meng
Tiananmén, centro de gravitación de este planeta particular, Mao y la Prohibida y la sombra de algo que no fue, la rosa no pudo con el tanque y hoy los árboles adornados con ramas videovigilantes.

Sucesión de puertas y murallas, hormiguero incesante bajo un cielo abrasador,
Ciudad Prohibida
la Ciudad Prohibida perdió su virginidad y ya no recuerda ni cuándo ni por qué, el Emperador se fue un día y nadie sabe dónde está.


Y mientras el tiempo cumplía siglos, alrededor de la Ciudad creció un bosque que hoy son hutong, ni favelas ni chabolas pero un algo de infravivir, miniatura con tipismo que se hace laberinto, sus callejuelas hacen de Beijing, una ciudad singular, esquinas de ricksaws y un tiempo distinto a los demás.

 
Calle de un hutong
La Muralla en su lugar, impasible en la distancia, historia serpeante sin principio ni final que ve cómo su ombligo es invadido por telesillas. Pero camina aún majestuosa por las
Gran Muralla
montañas en verde casi tropical, se pierde la mirada y no puedo si no maravillarme por la grandeza descomunal de un pasado sangriento en su fin y en su origen, y que exculpo por su hermosura.

La historia apunta a su final y consumo ya mis días en China y

Templo de la Fragancia, Palacio de Verano
Pekín. En salto milenario paso del templo confuciano al moderno del balompié, encuentro inesperado en los pasillos del suburbano que se prolonga al salir, invasión de seres verdes en busca de Hamelín, me uno a la tropa con algo de curiosidad y un mucho de familiaridad, esta senda la conozco aunque el final sea distinto, 2 a 1 para el Beijing aunque lo escuche desde mi hostal.

Aficionados del Beijing se dirigen al estadio
Y me despido en el Nido, reflejo de color y de la China de hoy en día, luces de neón publicitando sensaciones de algo que no es, modernidad encorsetada en un nido protector que en realidad es una mordaza, artificio llamativo que se impone aquí y en todo el orbe, porque el mundo es hoy masa y Ortega 

Nido de Pájaro, Estadio Olímpico

quedó apresado por las ramas de este nido, que ni Chés ni Robespiers, la Rebelión no fuma en pipa ni necesita guillotinas, sino un mucho de retrovisor y otro tanto de cavilar, y ni lo uno ni lo otro encuentro en China 
y quizá en ningún lado, es tiempo de partir, y de seguir buscando.


   

miércoles, 22 de junio de 2016

XXXIV. Yang tse

Y continúo hacia el sur, con ligera tendencia hacia el este para no perder el rumbo, dejando poco a poco atrás los territorios tibetanos. Tras este acertado desvío tengo ahora la intención de recuperar mi senda original, que no es otra que la Ruta de la Seda, con la que debería alcanzar Pekín, y para lo cual debo antes dirigirme de nuevo al norte hasta alcanzarla de nuevo. Sin embargo antes de reorientar mi brújula quiero culminar este desvío llegando al poderoso Yangtsé, uno de los ríos más caudalosos del mundo, sólo comparable con el Nilo o el Amazonas, y cuna de la civilización china.


En el camino topo con Songpan, puerta de salida de la región semiautónoma tibetana, todavía enclavada entre montañas, aún aquí ya de nuevo vestida de rojo estrellado. Imponente recinto amurallado recordando un pasado imperial tan lejano como la
Muralla de Songpan
autenticidad de sus ladrillos, otra vez reconstrucción artificiosa de lo que un día ellos mismos no quiseron, y que sólo el bolsillo del turista, ¡de los vuestros!, ha hecho renacer, en un juego de pescadilla, demasiado tarde para volver.

Y siguiendo para abajo llegaremos a Chengdú, donde todo me cambia, ciudad cosmopolita con aeropuerto internacional, el business trajo el inglés, y algo de facilidad, tras dos semanas de
Chengdú
zarandeos un poco de relajación, metro y carteles que ahora sí puedo entender, y en la calle mucho blanco que atestigua mi intuición, bienvenidos a lo global, ¡incluso con Carrefour!

Pero agazapado bajo el skyline un río de sinceridad, el cristal no todo lo puede y aún queda algo de espacio para el que lo quiera encontrar, cofradía de pescadores y una siesta de

verdad, el río fue de vida, lo es y lo será, punto de encuentro y escapatoria en toda gran ciudad.

A la mañana salto hacia Leshán, morada del Gran Buda, King Kong de extremo oriente que contempla de reojo al moscardón, pero aquí sin inmutarse, que de algo sirve el fengshui y tamaña espiritualidad.

Lo que entonces fuera un faro protector en cruce de afluentes, tórrido lugar, advertencia tropical,
Gran Buda de Leshan
hoy encarna los valores más mundanos, los helados en la oreja y las masas por en derredor, cola de atracción de feria que acaba sólo en escalera, hormiguero descendente buscando la uña del gordo dedo del pie, y aún así el Buda manda, su figura descomunal todo lo empequeñece y triunfa colosal, no le vencieron las avionetas.

Gran Buda de Leshan
Y de nuevo, en Chengdú, ahora la incubadora, peluche en miniatura, oro en paño a conservar: Aún amante de los animales no puedo por menos que pensar y comparar, porque me siento en una maternidad. Y me vienen a la mente esos otros cercenados por la mitad, derecho a decidir porque no son vida aún, y en cambio éstos de aquí parece que sí lo son, el aborto fue para el bambú, carta astral de premamá, pinta de panda y vivirás, humano, pobre e indeseado, nadie lo sabrá, Mary Sheilly reencarnada.

Pero no puedo cambiar el mundo por más que yo quisiera, y me voy a buscar algo más, pero de tamaño ya normal, y entre manchas blancas y negras algo que busca protagonismo: 

llega el show de media tarde y el curioso personaje se pasea en batín y zapatillas, acaparando las miradas, voyerismo en casa propia que no parece importunar, sesión intensa de posado y autógrafos a la salida, panda rojo superstar. 

Y hacia Yichang que me dirijo, ciudad portuaria para un río casi sin fin. Auténtica espina dorsal, el Yangtsé es hoy vía comercial de importancia descomunal, como todo lo que recorre China, por tierra, aire o mar. Y Yichang es uno más, una ciudad sin nada suyo, que todo lo debe al agua y así parecen expresar las mujeres  
Yichang
con su baile, que bien parece un ritual agradeciendo al río la vida de la que son parte. Pero antes de equivocarme Li ya bien me explica, de nuevo danza de la tarde, deporte nacional que ya voy viendo por todos lados, no hay puesta de sol sin contoneo, tai-chi dos punto cero que él bien sufre al estudiar, altavoces endemoniados.

Yichang

Pero mi interés está en el río, que hoy está apresado, mordazadescomunal, en pos siempre del progreso Tres Gargantas de hormigón, que sólo veré de lejos porque también hay entrada de rigor, como si fuera de algodón, que por primera del mundo no deja de ser simple presa, y la venden cual atracción, mi paciencia que se agota y aumenta la incomprensión. 

Subo al puente y contemplo dos buques de gran calado directos hacia la esclusa, mientras el agua de la presa genera una niebla
Presa de las Tres Gargantas
de espuma. El entorno sobrecoge de nuevo por dimensiones y la enorme huella del hombre. Apagadas ya las llamas que un día lo afamaron, cojo y manso queda el Yangtsé, aún frenado gran belleza, todavía con personalidad, quién sabe si un día no reclame su lugar.

jueves, 16 de junio de 2016

XXXIII. Ay Dalai

La ruta que sigo por China se dirige inexorablemente hacia Pekín, atravesando el país de oeste a este y siguiendo las trazas de Marco Polo y de las caravanas. Pero alcanzada la región de Gansú y una vez dejado atrás el desierto, me dispongo a tomar un desvio del camino trazado virando hacia el sur, con la intención de visitar algunos de los "territorios autónomos tibetanos", antaño parte de lo que fuera el Tíbet independiente, hoy una especie de anexo de la actaul provincia china del Tíbet.



Y se acabó el tren, casi único medio de desplazamiento hasta ahora por China, un autobús de corte tradicional me saca de la monstruosa Lanzhou en pos de Xiahé, primer objetivo en este desvío y epicentro del sentir tibetano y budista fuera de la provincia, ciudad sagrada erigida en torno a un monasterio. El 
paisaje cambia al poco de arrancar, incluso dentro del autobús, sombreros tibetanos perfilando rostros distintos, tostados, ajados, que me trasladan al altiplano, no sé si a este o al de más para allá, mientras arena y cemento van quedando atrás. La carretera se abre paso serpentenado al margen de un hermoso cañón que trae el verde y la altura, pastos para el ganado y aguas todavía no demasiado embravecidas que me devuelven una serenidad perdida en la frontera. 


Vista de Xiahé
No tardaremos mucho en llegar y yo en comprender que estoy en un nuevo lugar. Encajonada entre secas montañas se extiende Xiahé, una calle en apéndice comercial jalonada con banderas 
chinas faroleras que no pueden disimular que esto no lo es, porque fue el Tibet y todavia lo sigue siendo.

Calle de Labrang
Pináculos dorados culminando templos de barro y cal, paisaje blanquecino con manchas rojo bermellón de las túnicas monacales, y un aire que huele a incienso y a hierbas de ritual. El cielo a ratos a gris esparce el humo de las piras y me hace sentir aún más el ascestismo del lugar, quieto, callado, en paz, esto es Labrang. 


Peregrina, Monasterio de Labrang

El turista se desvanece entre monjes y peregrinos, por fin la autenticidad, en Xiahé lo sagrado venció a lo pagano y esa cabra que se merienda el presente y congela el pasado, última frontera pare la masa con-sumisa que empapilla la China del presente, y las ruedas de la Kora que no cesan de girar, vía crucis perimetral que mistifica Xiahé.


Kora del Monasterio de Labrang

El sol alcanza el cénit y la pagoda se ilumina, rayos dorados queahora sí inundan la ciudad mientras en la calle la ofrenda es de yogurt, a todo el que pasa, mi primer contacto con un yak, o lo que éste quiso dar.

Miro al suelo y veo barro, y botas negras que lo pisan, calzado distintivo con el gorro amarillo, diseño sioux que me choca y


descoloca, una orden especial, Gelugpa me dirá luego Tingting en la tarde, y un cantar desde profundis, el rito se hace trance y es difícil no caer, en el interior del templo todo es gutural hasta que suena la campana, que rompe en agudo lo que alcanzó las simas más hondas del alma y un estado especial. 




Y sigo adelante, siempre ahora hacia el sur, y la carretera remonta colinas de altiplano salpicadas con todo tipo de ganado, donde el yak se hizo el rey y fuente de supervivencia. El destino es Langmusi, quizá ya no tan puro, aún siempre en torno a templos budistas.

Langmusi
Pero mis ojos apuntan a otro lado, los aires de libertad me han cambiado la mirada, y lo que atrás fuera el show de la alambrada aquí vuelve a ser montaña y pureza, mística budista 
culminando el altozano, que me invita a subir hasta lo más alto.

Lo vengo masticando desde que pisé esta nueva tierra, y aún sin fuerzas ni preparación pienso que por qué no, que al menos intentar. Mis compañeros de Portugal lo plantean para mañana, aclimatación y organización, yo no tengo tiempo para tanto y me lanzo para arriba, hasta donde llegue, impulso y no pensar, única vía de escalada.  


  
La subida es penosa, el aire que se espesa, pues ya son más de 3000, pero remonto el valle y la flor y la vista me obnubila. Qué es la vida sino esto, un desafío permanente, un luchar contra uno mismo, y dónde está el triunfo sino en no darse por vencido. Así que sin fuerzas ni resuello miro al suelo y avanzo un poco más, mente en blanco y mi corazón que quiere seguir él sólo, no puede latir con más fuerza.
Pero ya veo el final, aunque el terreno se complica, no basta con andar. Me agarro a las rocas con todo lo que me queda y me encomiendo al de Arriba, porque de aquí sólo hay una salida. Pero al final no es tan difícil, mano izquierda, pie derecho y un impulso definitivo, y ya no hay nada que subir. Banderas budistas en los maderos, y un águila que se levanta, más de 4000 metros de vida, y un valle hermoso como pocos, un pico sin nombre ni apellido y un día como cualquiera.



Contemplo el horizonte imbuido de soledad, de espacio y de infnitud, y de nuevo entiendo que es mi vida, que es un vijae y es el Viaje, que podía acabar aquí y empezar uno distinto, que al final eso es vivir, que por qué subí y no lo sé, y por qué tantas preguntas y un silencio por respuesta, pero sentí la necesidad, y ahora la libertad, y cumplí con mis anhelos, que se pierden con las nubes, porque no somos nada ni lo seremos, pero qué hermoso es vivir, sólo puedo agradecer, a ti que estás conmigo, y al que se fue, y al que vendrá.








domingo, 12 de junio de 2016

XXXII. De colores

Desde hace ya un tiempo mi camino sigue de forma aproximada por lo que fuera la mítica Ruta de la Seda, y ahora, tras dejar atrás la región de Xinqiang, continúo, siempre hacia el este, por lo que un día fuera la partre fundamental de esta vía de caravanas y viajantes en el interior de China, superado el bastión más alejado y occidental de la Gran Muralla, la fortaleza cde Jiayuguán, auténtica puerta de entrada a esta tierra de emperadores.


Los camellos ya no portan mercancías ni tratantes, pero su presencia es uno de los pocos restos auténticos de lo que fuera

esta ruta, hoy simple corredor este oeste en el escaso espacio que los desiertos dejaron al hombre. Pero las ciencias adelantan que es una barbaridad y las caravanas se subieron a los raíles, las distancias se acortaron y el mundo se aceleró, también aquí llegó el ferrocarril. Así viajo yo aún con ritmo pausado por este pasaje de Hexi, provincia de Gansú, garganta de la China de los Ming, cuando Jiayuguan era la boca y el principio de un más allá. Pero de nuevo la pala y la piqueta y la
Jiayuguan
taquilla de Disney World, la fortaleza es un resort y Confucio Micky Mouse, contemplo en la distancia desde un mar de souvenirs para el que no tengo flotador, y me voy por donde fui, no veo otra opción sin aflojar el cinturón de mis ideales.

Y llegaré luego a Zhangyé, cayendo ya la tarde, bocanada de aire
Estación de Zhangye
fresco, China en lo que es hoy, que al final es lo que busco, y me espera en la estación. Coreografía de revista, Lina Morgan en formación, cuadrilla organizada que lanza media patada, primero izquierda y luego derecha, movimientos estudiados con un no sé qué de militar y gesto contenido, ritmo de media noche y altavoces para liberar, street dance de media tarde con tono de seriedad, que me sorprende a la salida y me levanta la cabeza de mapas y destinos.

Pero no es algo singular, y buscando la posada me topo con otra más, perdido sin gps sin lengua, sin estrella polar, no sé si olvidar, soltar mochilas y danzar, aquelarre discotequero en la plaza principal, sin reloj y con pagoda. Y qué es aquel gentío, al
Zhangye

otro extremo de la plaza, otro son ya bien distinto que alcanzo a escuchar según me voy acercando. Escenario descomunal para un ejército infantil que entona en monofonía un algo muy nacional, padres y curiosos con banderas y atención, mientras el director ordena ese movimiento uniformado de inauguración deolimpiada que me transmite frialdad, que se convierte en pasmo cuando los cantos a capella cesan... ¡y ni un sólo aplauso! No entiendo lo que pasa, ejecución perfecta sin premio ninguno, ¿masa paternal esperando sólo el final? Entrenamiento de congelador, ¿no queremos emociones, sólo éxito en la batalla?

Templo Dafosi, Zhangye
En la mañana me congracio con Zhangyé, y casi con la China, templo budista en medio del mogollón,
Templo Dafosi, Zhangye
un puente al pasado y un remanso de paz casi inesperado, Buda tumbado, antídoto de estrés, con esa magnitud casi que relaja el planeta, y los perros guardianes amordazados, qué simbolismo tan refinado que en mi cabeza es metáfora de un presente irregular.

Y
Estatua de Marco Polo, Zhangye
Marco Polo en la encrucijada, triste lugar para tan insigne personaje, ¡al menos le recuerdan!, y la iglesia escondida, imposible acceder, catacumba al aire libre entre templos del consumo, religión esa sí universal que no entiende de fronteras. Pero hay un todo interesante que me agrada en el paseo, un antes y un ahora que me permite comprender, lo que era y lo que es, curioso este Zhangyé.
Iglesia protestante de Zhangye
Pero no puedo marchar sin darme un baño de colores, aún entrando en el juego del que huyo a cada momento, acudo a la llamada de
Montañas Danxia
una tierra especial, roca caprichosa que quiso ser distinta y que espera en la periferia. Un bus lanzadera recorre un safari natural, camino de Oz que desluce un paisaje a pesar de todo singular, horizonte irisado por un pintor celestial. 



Montañas Danxia

En un relieve primigenio que envejeció sin erosión,  esa escalera al infinito que esta vez no es Muralla, sólo un poco de soledad y podría creer del todo que esto es de verdad, que el hombre se repliega ante el poder de lo natural. Pero sus gafas me recuerdan que lo que fue ya no será, el tiempo pasa para todos, también para vosotras, montañas de Danxiá, violadas en la vejez, vuestra hermosura no podrá nunca desaparecer.

Montañas Danxia


domingo, 5 de junio de 2016

XXXI. Far West

Mis primeros pasos por China me van a conduceir por lo que todavía es algo intermedio, difuso, pese a las montañas que separan y la bandera roja con estrellas, Asia Central se desvanece muy poco a poco en una tierra vasta y desértica, dominada por el Tamaklán, casi tan poderoso y devastador como el Sáhara o el más cercano Gobi. Auténtico cruce de culturas y caminos, este oeste, lugar de paso obligado para sedas y especias, el Karakorum hacia el sur, los Pamires y Samarcanda al oeste, Kashgar fue y será centro neurálgico de la Ruta de la Seda, capital hoy de la provincia, y la primera parada en mi viaje por la China.


Desde Sary Tash el paso de frontera será un viaje en sí mismo, jornada sin fin atravesando el paso de Irkhestam, serpeante carretera que surca un paisaje de leyenda, blancura virginal que mira de reojo todo lo que la atraviesa. 

Con prisa por cruzar, un puesto que se rige por horario pekinés, absurda huso horario desde miles de kilómetros y que obliga a acelerar si no se quiere dormir en la alambrada. Así que coche madrugador, fiesta de kirguises paseando a Mr occidental, paremos a retratarnos en mitad de la carretera que esto no pasa todos los días, y de repente se acaba Kirguistán, tremenda fila de camiones chinos esperando turno de acceso y que puedo adelantar a pie, ventajas del mochileo. Sello en pasaporte y ahora autostop para cruzar la tierra de nadie, kilómetros de
Paso de Irkhestam
nada que tienen que ser en tráiler, de lo poco que me faltaba por cabalgar. Pero la diversión dura poco y me tengo que apear en el primer puesto chino, empieza aquí otra partida, nuevas reglas incluyendo la aduana que no está aquí, ¡sino 60 kilómetros más adentro! Y cómo vamos para allá, pues en un "taxi oficial", buen negocio para empezar, o pagas o te vuelves, ni en bici ni andando, gobierno chino 1- viajero 0. Y con el horario pekinés, cuando llegamos a la aduana está cerrada por pausa de mediodía, que aquí en cambio es media mañana... Horas extras de contemplación antes de continuar, pasar la revisión y ya un último taxi compartido, malaya cantonesa que me facilita la comunicación, su inglés y mandarín me hacen de puente de momento, y de aquí hacia Kashgar, todavía un par de horas.



Familia en moto en Kashgar
¿Y dónde está China que no la veo? Aparte de banderas y censura, comité de bienvenida, los rostros son distintos y el ambiente es muy otro a aquel que me esperaba. En efecto esto es el lejano oeste chino, zona Uigur, pueblo fiero musulmán, raíces turcomanas que lo acercan a occidente, el que para en el Bósforo, y lo alejan de una China que lo ocupa, o más bien lo coloniza, desembarco Han con gomas de borrar en lugar de bayonetas, ni muecines ni alfombras, y este año ni Ramadán, set completo de prohibiciones.

Pero mi mente está ahora en sobrevivir, calor ya de desierto 
y enjambre de motocicletas, sin ruido ni preaviso, silencio eléctrico que conquista las aceras, todo vale menos el casco y el peatón es solo un objeto a evitar. 
Calle de Kashgar
Me faltan retrovisores y previsión de movimientos, y cada paso es un cara o cruz que sólo al cabo de unos días controlaré dejando que me sorteen. Mientras veo lo poco queda en Kashgar del que atravesara Marco Polo, pero las calles siguen siendo vida a rebosar, comercio y bazares, y el humo de las barbacoas que nubla la visión, que en domingo mirando al pasado. El tiempo se detuvo en el mercado dominical, 
Mercado Dominical, Kashgar
todos vienen a Kashgar con sus mejores animales, venta, compra o trueque, campo ancestral, lo que vale es la lana, la planta o la dentadura.

Mercado Dominical

Tierra y polvo de escenario, pasarela de camellos y de bueyes, de vacas y de ovejas, soga al cuello y revisión, algunas bajo la lona, otras esperando en la camioneta, y las idas y venidas de compras, ventas y ojeadores. 

Mercado Dominical
Tras unos días de reposo, lucha anti censura invocando aliados desde zona europea, y estudio de mapas y destinos, prosigo mi camino por la provincia de Xinqiang, ruta norte con el Tamaklán al sur. Turpán próxima parada, veintitrés horas de ferrocarril que me recuerdan que esto es la tierra de Goliath. Coche cama a la china, convoy eterno de literas en colmena, panal humano y termos de agua caliente a vaciar en cajas de tallarines, y un aire condicionado en forma de ventanas siempre abiertas, aroma del desierto que entra sin preguntar, polvo y arena y no cualquier temperatura, en Toledo a estas noches se las recuerda con donosura.

Afueras de Turpan

Casi un dia después me apeo sin llegar, aún todavía un autobús que descienda hasta Turpán, y es que además de lejos está abajo, más incluso que un mar, que aquí es sueño irreal.  El termómetro enloquece, bienvenidos a la olla, ciudad puntera en China en temperatura, y aún así región poblada desde casi el principio, pero del de los tiempos. Hoy Turpan no es más que cruces en ángulo recto, y sólo el poso de los uighures insufla alma en el cemento, pero un poco hacia afuera 

y se entiende el por qué, tierra fértil como pocas, que alienta la vida y la riqueza, incluso agua que no sé de donde y qu permite sobrevivir. Me armo de valor para descubrir lo poco o mucho que de aquello queda,
Ruinas de Jiaohe
auténtica ciudad en barro levantada, imperio milenario desafiando a la hostilidad, hoy restos ya sin forma en este pozo que recorro bajo un sol de cuarenta y cinco grados y subiendo, las ranas con cantimplora que decían en mi barrio.



Vista desde Dunhuang
Y ahora más al este, siguiendo por Xinqiang, se acerca el Ramadán y prefiero no mirar, bastante calor sufro y no me 
Partida callejera de xiangki, Dunhuang
interesa aún más, el que surja intuyo con la el que surja intuyo con la prohibición, así que me alejo poco a poco siguiendo mi camino. Y éste llega a Dunhuang, ahora ya si es China, 
xiangki callejero y patas de cerdo al soplete, oasis antes de ayer y hoy cuadrícula perfecta que explica qué hay de viejo y qué hay de nuevo, casi nada de lo uno y un mucho de lo segundo, la revolución acultural cambió madera por hormigón, pagodas por ascensores.
Calle de Dunhuang
Pero un día se dieron cuenta de que el pasado es negocio, imitemos a occidente y engordemos nuestras bolsas. Nuestro Pueblo tiene que viajar y de paso consumir, pan y circo en el oriente. Y empieza un show como vi pocos, masas chinas siguiendo guías con banderita, jóvenes teledirigidos en pos de lugares que hay que ver, aunque no
Desieerto de Kunstam
sepamos el por qué, nuestro Pueblo es feliz pisando un desierto que está vallado y perimetrado, ¡y al que hay que pagar por entrar una auténtica barbaridad! Marco Polo y los camellos haciendo cola en la taquilla, paradoja monumental, porque el turismo no es libertad sino el número final de este show de magia que es la China de hoy en día, las dunas con alambrada...



Ya sólo quiero ver el mar y no ser cómplice de esta gran mentira.