Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



martes, 6 de septiembre de 2016

XLVIII. Voyage, voyage

Un largo, larguísimo trayecto en autobús, el último, para llegar a Río de Janeiro y concluir mi viaje. Quiero terminar como empecé, libre, tratando de sentir lo que fue viajar antes de que el cielo se llenara de pisadas, y aunque tuve que subir la escalerilla del avión, no quiero volver a hacerlo hasta que no me quede más remedio.
Fui dueño de mi tiempo y encontré en el camino lo que nunca hallaría en el destino, caminos y carreteras, y ese nomadismo que me hizo comprender mucho mejor el viaje de la vida, ventanilla escaparate desde donde viera todo tipo de paisajes, de noche y de día, y que me cuesta asimilar se torne 
ahora en una persiana bajada, la del avión y mi regreso.


De Iguazú hasta Sao Paulo, recuerdos que no son de un pasado familiar en una urbe descomunal, que sin embargo me mostrará su lado más amable, salsa agridulce de algo que no sabía si probar, las flores más hermosas embriagando con su néctar, alejando al confiado que sangra en su pinchazo cuando se intenta aproximar, marcho aprisa y dolorido hacia mi destino final, Río de Janeiro.


Parque Iribarapuera, Sao Paulo
Verde montañoso y carretera estatal, parada de autoservicio y sensación de modernidad, qué lejos y tan cerca de la América con su cojera, demasiado poco tiempo para alcanzar a comprender los alpinos desniveles que me asaltan la mirada.

Es tarde y cae la noche según maniobra el autobús, dársena engalanada por unos juegos de carnaval, un disfraz que ya no está y la calle sin camuflar, hoguera bajo el puente y un ambiente de aquelarre entre asfalto y podredumbre. Me pregunto si esa pareja armada y con gorra, oficial de policía, es motivo suficiente para ahuyentar a los fantasmas que me persiguen al caminar buscando una parada que se pierde en la intersección. Adónde vas tan relajado, esto es peligroso no lo ves, entra al metro y desparece, me dice aquella alma en pena.

Sambódromo, Río de Janeiro

Calle de Río de Janeiro, barrio de Botafogo
Pero a la mañana sale el sol, y Botafogo se despierta con niños en alboroto corriendo alegres por el patio. Es hora de acometer lo que vine a hacer aquí. Algunas provisiones y el resto de mis fuerzas, que ahora
son ya reducidas. Miro hacia arriba y no tardo en encontrar la marca de mi objetivo. Empiezo a callejear y ya siento cómo el sol aprieta con la humedad, no he empezado aún y ya rompo a sudar. En poco menos de una hora alcanzo el parque punto de partida, locales y turistas y una sombra que refresca entre fuentes y paseos. El camino tras la caseta y ya no veo nada más, el guarda que me explica lo que espera en adelante y
Vía del tranvía que asciende al Cristo del Corcovado
yo quisiera a él contarle lo que llevo ya detrás.

Algo de barro y un par de curvas y empieza la ascensión, más suave de lo que pensaba hasta que llegan las cadenas, curiosa remembranza de un Soaso brasileño, un Rocigalgo atemperado. Las vías del tranvía y el camino que continúa hasta tornarse ya gris asfalto, que piso con decisión, marcho ciego y presto en mi subida. Curva con contracurva y diviso ya la espalda que me da la bienvenida, escalera para rematar mis maltrechas rodillas y un aliento que se pierde al pisar el último escalón.

Aquí estoy y aquí mi ofrenda, tan pequeña y tan sin sentido, a este Cristo redentor que me acompañara en el camino, desde Atocha en adelante, y hasta el final de la ascensión. Tanta gente y tan cansado que me siento a sus pies y me apoyo en su columna. Miro al suelo algo perdido tratando de asimilar que aquí acaba mi peregrinaje, quizá el sueño de una vida, quizá nada en particular.

Cristo del Redentor
Pasa el tiempo sin saber mientras espero el resuello que me haga levantar, y cuando alzo la mirada una paloma entre la muchedumbre volando libre y despreocupada. Es un sol y una sonrisa que atre el foco del mirador, y con ella un escuadrón de otras aves del paraíso, trayendo con sus metales la antorcha de la felicidad, piernas preciosas de titanio y silla con alas de mariposa, y una bandera que es la mía pero más bien universal, qué regalo tan hermoso me ofrece el Cristo en este final, que más que nunca ahora entiendo como principio.

Río de Janeiro
Abajo Ipanema, Copacabana y una selva en derredor, samba que no entiendo y que siento ya tan lejos, desde este mirador, de donde sí que veo el mar, bañado por el cielo y por una brisa sempiterna. Y lo veo ahora distinto, mi viaje sólo una parte de otro mucho más grande que empezó tanto tiempo detrás, y que nunca terminará. El mío quizá aquí sí, quién sabe, no lo sé, pero aún siendo puede que así será para que otro lo empiece en mi lugar, y quizá viva lo que yo viví, y sienta lo que yo sentí, y entienda como yo que formamos parte de una cadena, de un uno y de un todo, y que no hay nada tan hermoso como poder verlo al viajar, y que la brisa sigue soplando...


Au-dessus des vieux volcans
Glissent tes ailes sous le tapis du vent
Voyage, voyage, eternellement
De nuages en marecages
De vent d'espagne en pluie d'equateur
Voyage, voyage vole dans le hauteurs
Au-dessus des capitales, des idées fatales
Regarde l'ocean


Sur le gange ou l'amazone
Chez les blacks, chez les sickhs, chez les jaunes
Voyage, voyage, dans tout le royaume
Sur les dunes du sahara
De iles fidji au fujiyama
Voyage, voyage, ne t'arrêtes pas
Au-dessus des barbalés, des coeurs bombardés
Regarde l'ocean


Voyage, voyage, plus loin que la nuit et le jour
Voyage, voyage, dans l'espace inoui de l'amour
Voyage, voyage, sur l'eau sacré d'un fleuve indian
Voyage, voyage, et jamais ne revienne


Au-dessus des capitales, des idées fatales
Regarde l'ocean