Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



jueves, 16 de junio de 2016

XXXIII. Ay Dalai

La ruta que sigo por China se dirige inexorablemente hacia Pekín, atravesando el país de oeste a este y siguiendo las trazas de Marco Polo y de las caravanas. Pero alcanzada la región de Gansú y una vez dejado atrás el desierto, me dispongo a tomar un desvio del camino trazado virando hacia el sur, con la intención de visitar algunos de los "territorios autónomos tibetanos", antaño parte de lo que fuera el Tíbet independiente, hoy una especie de anexo de la actaul provincia china del Tíbet.



Y se acabó el tren, casi único medio de desplazamiento hasta ahora por China, un autobús de corte tradicional me saca de la monstruosa Lanzhou en pos de Xiahé, primer objetivo en este desvío y epicentro del sentir tibetano y budista fuera de la provincia, ciudad sagrada erigida en torno a un monasterio. El 
paisaje cambia al poco de arrancar, incluso dentro del autobús, sombreros tibetanos perfilando rostros distintos, tostados, ajados, que me trasladan al altiplano, no sé si a este o al de más para allá, mientras arena y cemento van quedando atrás. La carretera se abre paso serpentenado al margen de un hermoso cañón que trae el verde y la altura, pastos para el ganado y aguas todavía no demasiado embravecidas que me devuelven una serenidad perdida en la frontera. 


Vista de Xiahé
No tardaremos mucho en llegar y yo en comprender que estoy en un nuevo lugar. Encajonada entre secas montañas se extiende Xiahé, una calle en apéndice comercial jalonada con banderas 
chinas faroleras que no pueden disimular que esto no lo es, porque fue el Tibet y todavia lo sigue siendo.

Calle de Labrang
Pináculos dorados culminando templos de barro y cal, paisaje blanquecino con manchas rojo bermellón de las túnicas monacales, y un aire que huele a incienso y a hierbas de ritual. El cielo a ratos a gris esparce el humo de las piras y me hace sentir aún más el ascestismo del lugar, quieto, callado, en paz, esto es Labrang. 


Peregrina, Monasterio de Labrang

El turista se desvanece entre monjes y peregrinos, por fin la autenticidad, en Xiahé lo sagrado venció a lo pagano y esa cabra que se merienda el presente y congela el pasado, última frontera pare la masa con-sumisa que empapilla la China del presente, y las ruedas de la Kora que no cesan de girar, vía crucis perimetral que mistifica Xiahé.


Kora del Monasterio de Labrang

El sol alcanza el cénit y la pagoda se ilumina, rayos dorados queahora sí inundan la ciudad mientras en la calle la ofrenda es de yogurt, a todo el que pasa, mi primer contacto con un yak, o lo que éste quiso dar.

Miro al suelo y veo barro, y botas negras que lo pisan, calzado distintivo con el gorro amarillo, diseño sioux que me choca y


descoloca, una orden especial, Gelugpa me dirá luego Tingting en la tarde, y un cantar desde profundis, el rito se hace trance y es difícil no caer, en el interior del templo todo es gutural hasta que suena la campana, que rompe en agudo lo que alcanzó las simas más hondas del alma y un estado especial. 




Y sigo adelante, siempre ahora hacia el sur, y la carretera remonta colinas de altiplano salpicadas con todo tipo de ganado, donde el yak se hizo el rey y fuente de supervivencia. El destino es Langmusi, quizá ya no tan puro, aún siempre en torno a templos budistas.

Langmusi
Pero mis ojos apuntan a otro lado, los aires de libertad me han cambiado la mirada, y lo que atrás fuera el show de la alambrada aquí vuelve a ser montaña y pureza, mística budista 
culminando el altozano, que me invita a subir hasta lo más alto.

Lo vengo masticando desde que pisé esta nueva tierra, y aún sin fuerzas ni preparación pienso que por qué no, que al menos intentar. Mis compañeros de Portugal lo plantean para mañana, aclimatación y organización, yo no tengo tiempo para tanto y me lanzo para arriba, hasta donde llegue, impulso y no pensar, única vía de escalada.  


  
La subida es penosa, el aire que se espesa, pues ya son más de 3000, pero remonto el valle y la flor y la vista me obnubila. Qué es la vida sino esto, un desafío permanente, un luchar contra uno mismo, y dónde está el triunfo sino en no darse por vencido. Así que sin fuerzas ni resuello miro al suelo y avanzo un poco más, mente en blanco y mi corazón que quiere seguir él sólo, no puede latir con más fuerza.
Pero ya veo el final, aunque el terreno se complica, no basta con andar. Me agarro a las rocas con todo lo que me queda y me encomiendo al de Arriba, porque de aquí sólo hay una salida. Pero al final no es tan difícil, mano izquierda, pie derecho y un impulso definitivo, y ya no hay nada que subir. Banderas budistas en los maderos, y un águila que se levanta, más de 4000 metros de vida, y un valle hermoso como pocos, un pico sin nombre ni apellido y un día como cualquiera.



Contemplo el horizonte imbuido de soledad, de espacio y de infnitud, y de nuevo entiendo que es mi vida, que es un vijae y es el Viaje, que podía acabar aquí y empezar uno distinto, que al final eso es vivir, que por qué subí y no lo sé, y por qué tantas preguntas y un silencio por respuesta, pero sentí la necesidad, y ahora la libertad, y cumplí con mis anhelos, que se pierden con las nubes, porque no somos nada ni lo seremos, pero qué hermoso es vivir, sólo puedo agradecer, a ti que estás conmigo, y al que se fue, y al que vendrá.