Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



sábado, 12 de marzo de 2016

IV. Salto en el tiempo

El autobús de Nápoles me deja en la entrada del puerto de Bari, ya noche cerrada, con tiempo de sobra para comprar el pasaje. Pero en la terminal, solitaria, donde espera el barco, las taquillas están cerradas, y me cuentan que tengo que coger un bus lanzadera hasta una "agencia", comprar el billete, y volver a la terminal en la misma lanzadera... ¿Qué les pasa a estos italianos, por qué este jeroglífico?
La agencia resulta ser una inmensa explanada, en la que se eextendie una larga fila de módulos prefabricados, destinados al despacho de billetes de las diversas compañías que cubren básicamente el mismo trayecto, Bari-Durres, junto a un parking también de enormes proporciones para coches y autobuses. Empiezo a comprender lo que concluyo poco despueś, al volver a la terminal y contemplar a un nutrido grupo de personas, con ninguna apariencia italiana, dispuestos a pasar el control de embarque. Esta modesta terminal, quizá de los 70, u 80, no había resistido la explosión migratoria, de ida y vuelta, del pueblo albanés, una vez desmoronada la ferrea y paranoica dictadura comunista en 1992, aquel 92, que aislara el país durante medio siglo. Bienvenidos a Albania.




El ferry, más modesto que el que me trajera a Italia, se tomará toda la noche en cruzar la estrecha franja del Adriático que separa Italia y Albania, Bari de Durres, Durazzo por su pasado, también tú, romano. 

Durmiendo tras la jardinera. Ferry Bari-Durres
Pero la distancia real es mucho mayor que las millas que separan ambas orillas. El público que domina la cubierta de la cafetería me recuerda lo que fuimos no hace tanto, hatillo con fruta y algo de pan, bolsas de viaje con asas, camisa y pantalón de pinzas de un beige eterno, y esa pareja, casi anciana, de mirada humilde y trabajada, que pasaron su vida peleando para poder pasar la noche, larga, en la sillas de la cafetería de cubierta.


Amanece en Durres y atravieso el puente-pasadizo que salva las vías del tren -¿qué tren?- junto al puerto, y desemboca en la intermodal de Durres, que simbólicamente y sin ellos saberlo tiene correspondencia con Lomé. Desembarazado de la jauría de taxistas, un comercial de la línea Durres-Berat, 

Intermodal de Durres
mi destino final hoy, me acerca a un minibus que olvidó jubilarse y a su conductor, que me carga la mochila en el maletero y me escribe la hora de salida en un papel. -¿Te pago? -No hombre, no, eso luego, date una vuelta chaval que queda un buen rato, parece querer decirme. Y es lo que hago, para descubrir una coqueta ciudad costera, mucho más aparente que lo que su renta per capita pudiera hacer suponer, probable beneficiada de los euros llegados desde tierra italiana, en una bonita y soleada mañana. 


Mezquita de Durres


Circo romano. Durres
Las calles se van llenando de gente, y las terrazas de cafés, mientras alcanzo el circo romano, con esas casas brotando como champiñones en una de sus laderas, justo detrás de la mezquita, y no lejos del paseo costero, que este sí, otra vez, me lleva al pasado que vi anoche y que se repite en la feria y en la gente, niños y pescadores sin red. 


Paseo maritimo. Durres



Musa Ulkaqu. Durres
El busto de Musa Ulkinaqu, héroe frente a la invasión italiana del 39, me manda de nuevo a la estación, de esta Europa de segunda división, donde tomaré el minibus, ya completo, en compañía de la Albania de ayer y de hoy, reflejada en esa niña con gersey rosa de Frozen Y es que las princesas no entienden de PIB.