Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



martes, 3 de mayo de 2016

XXII. Mares que no son (I)

Tras Europa del este y el Cáucaso, mi viaje entra en una tercera fase, de nuevo con un mar como punto de inflexión físico y mental. Mediterráneo -con el añadido Adriático- y Mar Negro supusieron un momento de transición de lo pasado a lo nuevo, cambio de paisaje físico y mental que ahora corresponderá al Caspio, punto de partida para el exotismo y lejanía del Asia Central, que me suena a seda, a Marco Polo y a Tamorlán. Exotismo pero sobre todo desconocimiento que espero ir paliando.




A medida que me alejo de mi origen el recorrido se va haciendo más complicado, pero al mismo tiempo más desafiante y satisfactorio. El inglés que desaparece, los transportes que se complican, y la organizada previsibilidad europea que va dejando paso a un nuevo orden, si puede llamarse así, en el que las reglas son otras, no teniendo por qué tener hoy sentido si ya lo tuvo tiempo atrás, y donde es el hombre el que debe adaptarse al entorno, y no a la inversa como en occidente, ombligo malversado.

Costa de Azerbaijan

Así que empiezo donde no terminé, tomando uno y luego otro, autobús urbano desde Bakú, para los setenta kilómetros que separan el puerto de Alat de la ciudad, penitencia sin capirote en hora y media de viaje iniciático, Hades y Cancerbero en el interior de un vehículo sin espacio para soñar, ni para sentar, temperatura ambiente, aire a compartir, si paso esta prueba no habrá nada que me frene. 

Y a fe que lo consigo, aún en modo supervivencia, para convertirme en una mercancía más del buque Kharabaj. 
No sé si llamarlo puerto o embarcadero, algo entre medias, en mitad de la total nada, paso fronterizo, aduana y carretera, paseo caminante que desemboca ya en el barco, a la par que los raíles, que el tren acabó dentro también, y eso que no es muy grande.


Trenes en la bodega del buque Kharabaj
Dentro austeridad, crucero espartano, y enseguida un nuevo encuentro, trabajadores del tren marinero, compañeros de camarote, sendos georgianos, nobles y austeros, enseguida soy uno más de ellos, aún con poco inglés nos entendemos.


El mar es amarillo, pesado atardecer que no termina de cerrar, reflejo de la tierra seca y adusta que nos ve zarpar, en este mar que en realidad no es. 
Efectivamente el Caspio no es un mar, sin un lago salado, el más grande del mundo, producto de una depresión que le aloja por debajo de superficie, curiosa paradoja, la de un mar por debajo de otro mar. Pero mar o lago es un tesoro, esturiones en un tiempo y petróleo más reciente, poco importa que sus aguas se contaminen o se pueblen de estaciones petrolíferas, que un día fueron y ahora son esqueletos, ¿nadie las va a desmantelar?


Atardecer desde el Karabakh
Las horas pasan tranquilas, bien cuidados e incluso demasiado, mucho alimento para tan poco movimiento, mientras el Kharabaj surca muy tranquilo las aguas aletargadas del Caspio. No te fíes, dice Deivid, que tren arriba tren abajo lo ha surcado muchas veces, estas aguas son traicioneras por su poca profundidad, una tormenta aquí es algo fuera de serie, te lo puedo asegurar. Mientras mira hacia el fondo, ¿qué buscas?, le pregunto. Submarinos rusos que esto está plagado, desde aquí vimos salir cohetes hacia Siria, no veas qué impresión. Y ya me lo figuro, triste espectáculo.

Arco Iris en la costa de Aktau, Kazajistán
Afortunadamente ni submarinos ni cohetes, sino un maravilloso arco iris es lo que nos espera en Aktau, augurio de buena llegada que no termina de producirse. No hay sitio para amarrar, el puerto está competo... Así que toca esperar, cinco horitas ancla en el fondo, ya no quedan cubiertas que pasear, pero al menos sí conversación, de nuevo tuve suerte enorme por esta grata compañía, que no contentos con despedirse me llevarán en volandas por los sucesivos controles a la hora de salir, hasta un taxi me consiguen para poder llegar a mi hotel, pues ya es de madrugada. La generosidad no tiene fronteras, y espero nunca olvidarlo.


Mural en un edificio en Aktau
¿Y qué es Aktau sino desierto? Una ciudad de circunstancias, un invento soviético para aprovechar lo que aquí había, que era mucho y no mar sólo, sino también ricas minas de uranio, y eso ya son palabras mayores. 
Barrenderos en una calle de Aktau
Pueblo del oeste, calle principal con bancos en vez de salones, aquí el dinero fluye y se capta en el ambiente, que es kazajo y también ruso, la independencia les pilló a pierna cambiada, y muchos se quedaron.


Costa de Aktau
Busco enseguida el mar, por si no tuve suficiente, pero necesito respirar en este polvoriento ambiente. La playa es también desierto, medio hostil que se me anuncia donde ahora sí lost in translation, aquí Shakespeare es rara avis, toca ingeniárselas con el ruso, nuevo desafío.

Recorro la ciudad, Moratalaz en color tierra, bloques bien numerados, hasta el colegio me lo recuerda. ¿Quién sería el primer arquitecto de expansión, la misma idea por doquier, conocería acaso Hortaleza, que es otro par en el diseño?



Colegio en Aktau
Me hace gracia la comparación y así echo la tarde, arena y polvo por doquier, no en vano esto es el desierto, y un Mig ahí colgado, homenaje no sé a qué, ¿un pasado tan glorioso? 

Mientras me preparo para lo que viene, día y medio de recorrido hasta el próximo destino, un desierto por cruzar, nuevo desafío.

Mig en Aktau