Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



martes, 17 de mayo de 2016

XXV. Embajada a Tamorlán

En torno a 1400 don Ruy González de Clavijo partía hacia Samarcanda con la honorable misión de presentar en nombre del Rey Enrique III de Castilla una embajada al emperador de la Gran Bukaria, Tamorlán, cuyo nombre y fama se extendía hasta occidente y había llegado a oídos del rey castellano, quien prudente y estratega estimara conveniente establecer alianzas con tan poderoso señor frente al enemigo turco. Tres años más tarde González de Clavijo llegaría a su destino, toda una proeza para la época, casi a la altura de Marco Polo.

Algunos siglo después, y con propósito bien distinto pero equivalente espíritu aventurero, me dirijo yo ahora también a la mítica Samarcanda, ciudad por excelencia de la Ruta de la Seda.




Dos meses y diez días habrán pasado desde mi partida hasta llegar al corazón de Asia Central, nada en comparación a los tres años que necesitaron mis predecesores castellanos, que también iniciaran su ruta atravesando el mediterráneo.

Madrasa Sher Dor, Samarcanda
Sin embargo la llegada será bien distinta, las caravanas de camellos son hoy modernos convoys de vía estrecha, que adaptados al empuje del turismo 
Arabescos en el interior de una madrasa
propio y ajeno acortan las distancias entre Bujara y Samarcanda.

Con Melanie siempre desde Jiva, entente hispano 
alemana y taiwanesa de prisma convergente, si bien mi cintura mediterránea parece más preparada para el vaivén del mercadeo, parquet imprevisible de valores mundanos, reagateo de cada día rayando la triquiñuela, inconcebible en centro Europa y que cansa y descoloca sin vacuna que lo rebaje.

Y primeras sensaciones de urbe grande y moderna, 
Madrasa de Sher Dor
¿dónde el exotismo que afamó la ciudad? ¿Ni un sólo camello de los que portaron sedas y rubíes? 
Aún sin idea preconcebida, echo en falta como tantas otras veces, un periscopio particular para ojear en el pasado, saltando años y mareas que barrieron quizá la esencia del lugar. Pero a la vuelta de la esquina, casi sin querer, topamos con la primera, cúpula descomunal, azules esmeralda, jade o no sé qué, y que atrapa la mirada, brillo de mediodía de hermosura incomparable. 

Buscábamos el hostal y encontramos una madrasa que nos hace detener, Samarcanda está aquí y no se fue, esplendor en el desierto.
Bazar, Samarcanda
Entonces como ahora, si Tamorlán quiso asombrar al extranjero, a fe que lo consiguió, visión de poderío, imagino a nuestros ancestros contemplando con asombro y respeto lo descomunal de la ciudad, dimensiones imposibles en un lugar tan alejado. Algo parecido a lo que siento esta tarde cuando alcanzamos el Registán, corazón de Samarcanda, simetría triangular que aguantó terremotos y embestidas.
¿Maravilla del mundo moderno? 

Plaza del Registán
Pero Samarcanda es hoy Uzbequistán, nunca más la patria de Tamerlán o de Timor, sino república del Asia Central, con una fuente irresitible de turismo y dinero. Y el equilibrio es complicado. 

Melanie rechaza, y creo que con razón, tanta perfección y mucha reconstrucción, qué queda de lo que fue, además de esas columnas, torcidas tras los siglos de seísmos implacables. 

Prefiero no indagar y quedarme en lo infantil, regocijo en la mirada de las maravillas que contemplo, que en la noche se engalanan 

y embelesan sin remedio, aún con algo de artificial, el resultado me sugiere una transposición de lo que pudo ser entonces, y con esa idea me contento.

Y como en Jiva y en Bujara, los colores y los rostros, el bazar y los paraguas, frontera contra el sol, improntas de un oriente que aquí no ofrece engaño, ni tan siquiera lo pretende, exotismo de poema que está aquí para quien lo quiera, la globalización no lo pudo todo, al menos de momento.

Vista desde el interior de la mezquita Kok-Gumbaz, Sharisabz
Tras dos días de embajada, nuestros caminos se bifurcan, Samarcanda era el destino de mi amiga y compañera, aún en parte algo simbólico pues la salida será por Tashkent, y bien pudiera ser el mío como colofón a un viaje que tendría aquí un más que digno final, pero siento que no lo es y que queda mucho por recorrer. 


Así que con ganas de más Tamorlán cruzo hoy las montañas hacia su pueblo natal, allá en Sharisabz. Y de nuevo el taxi compartido, pasaporte de vivencias siempre imprevisibles. Madre, hija y nieta, y yo para completar, que sin cuatro nunca se arranca. Cruzamos un puerto montañoso, que me alegra la mirada tras semanas de desierto, Pedriza en la memoria, aquí también granito, hasta visualizo un pariente del Yelmo, cuando el retaco que acompaña decide invitarme a su festín particular, panecillo para ti, que te veo con cara hambrienta, cómo decir que no a tan linda invitación.


Restos del Palacio Ak-Sharay, Shakhrisabz
Aún con mismas avenidas, factoría Disneilandia, en hay algo más de autentiticidad, y del palacio queda lo que hay, dos pilares descomunales, ya sin puente que los una y que ahora sí que sí, atestiguan el peso de la historia y la magnitud del edificio original.

 

Jardines de Shakhrisabz
El entorno que ahora es jardín, se puebla de locales bajo la sombra de otro Timur, todas las estatuas serán siempre pocas. Pero el lugar es una fuente, o más bien un juego de ellas y que hace las delicias de todo el que se acerca, lo que en son cenizas aquí son chorros de agua, arrojo y valentía con el premio del remojo, agradable recompensa que congrega a mayores y pequeños.
Jardines ed Shakhrisabz
Y aún un par de madrasas, siempre fractura grandilocuente, quizá algo menos tras lo visto, para dar nombre y dignidad a este pueblo natal. Doy la vuelta a una de ellas y me introduzco en un patio abierto con todo el pueblo de rodillas, momento de oración, mezquita de hoy mismo que me devuelve al presente, ese que cuesta enlazar con pasado de palacios y esplendores, pero sí con mujeres guardadas en serrallos, que por ahí se cambió poco y donde cabe una caben dos, y si apuramos hasta tres.


Mausoleo Seikh Shamseddin, Shakhrisabz

Calle de Samarcanda
La Embajada en sí fue un fracaso, al poco de llegar González de Clavijo a Samarcanda, Tamorlán partió a la guerra contra los chinos y ya no volvió más, cayó en el combate. Los presentes requisados y los agasajos olvidados, volviendo a tierra patria sin nada en las alforjas. 
Pero el hito ahí que queda, pocos más fueron tan lejos, y aún hoy hay un Madrid en estas tierras ya de oriente.

Contemplo por última vez Samarcanda al caer el sol, bañada ahora de luna llena, como quizá en otra noche, en la noche de los tiempos, hiciera también González de Clavijo, Embajada a Tamorlán.


Mausoleo Gur-E-Amir, donde yace Tamorlán, Samarcanda