Tras el paso breve por la costa oeste de Kazajistán y el triste avistamiento de lo que fue el Mar de Aral, mi ruta prosigue por la larga y recta carretera que transcurre a través del desierto del Karakalpastán, paralela y muy próxima a la frontera de Turkmenistán, y que se encamina ahora como entonces hacia las míticas ciudades de la ruta de la seda, Jiva, Bujara y Samarcanda siempre en rumbo este aún con tendencia hacia el
sur.
La mañana despierta caliente bajo las inclinadas murallas de Jiva, recuerdo de lo que fueron, barro de nueva generación que sin embargo traslada a quien las contemple al pasado glorioso de este centro neurálgico en la vía comercial más célebre de la historia de la humanidad.
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Murallas de Jiva |
El sol castiga desde que hace su aparición y baña con luz potente y cegadora la ciudad, vistiendo las murallas y edificios de un brillo blanquecino que hace su visión aún más irreal, azul y marrón tierra, imagen de leyenda, tan sólo rota por la perfección de unos ladrillos que son de antes de ayer.
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Calle de Jiva |
Desde mi llegada ya bien entrada la noche anterior tengo la sensación de estar en otro lugar, mil y una noches de desierto.
Pero Jiva es hoy turismo,
un camello que contempla un sinfín de tenderetes a la sombra de las mezquitas, que se hicieron arte escalando hacia el cielo, minaretes de pata de elefante, collar interminable de azul-lejos que se desvanece bajo el sol.
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Minarete Kalta Minor |
Las madrasas son museos, donde hubo alumnos hoy es cualquier cosa digna de exponer, y entre otras muchas esta me sorprende, pinacoteca futurista, nada más lejano a este lugar,
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"Progress" |
que sin embargo reflexiona sobre el avance del progreso, cocodrilo que degüella la esencia de este oriente, visión que me traslada a un mundo más occidental, fantasma globalizador que se extiende sin remedio.
Jiva no es sólo ayer, también tiene un presente que se escapa de las murallas, extramuros de bazar y verdades que contrastan. Lo que fueron seda y piedras preciosas hoy son útiles de necesidad, y aquí la estética ya no impera sino el ansia por subsistir.
Así que vuelvo al interior, y me encuentro en un palacio, trono olvidado y baile por que sí. No sé qué se celebra, auditorio femenino, y un grupo musical sacado de un oasis, bocanada de autenticidad de la que soy testigo por casualidad. La música es arrolladora, baile circular, los ecos que retumban en columnas y azulejos, contexto inigualable que no quiere olvidar un pasado majestuoso.
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Interior del Palacio Tosh-Hovli |
Mientras mi hostal es un moderno caravansar, y los viajeros ahora son legendarios, motoristas alemanes surcando el desierto, septuagenarios suizos a bordo de un Land Rover
que no paró en treinta años, parece este terreno propicio en encuentros de este calibre, exótico imán para aventureros de lo imposible.
Pero mi vía es tradicional, coche compartido, caravana del presente sin camellos y con gas, que aquí todo es con metano, y en el viaje seremos dos, alemana taiwanesa en mi misma dirección, con Melanie el viaje se facilita, dos mejor que uno sobre todo al negociar, que la tradición del mercadeo aquí sigue bien presente.
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Calle de Jiva con el minarete Islom-Hoja al fondo |
La jornada será larga, desierto interminable y Bujara que no llega, pero es tiempo de compartir, asiento y culturas, no menos
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Mezquita y minarete Kalon, Bujara |
de cuatro para arrancar, y mil preguntas más que si supiera uzbeco o al menos ruso podría contestar, y que al cambio siempre son risas, fotos de móvil y gestualidad, yo tengo dos mujeres y tres hijos nada más, me dice el compañero, maquinista de profesión, o eso creí entender, poco importa la verdad, los ojos nunca no mienten, y ahí nos entendemos, el contacto es real.
Bujara es menos y también más, Jiva me impresionó y me cuesta no comparar, aunque aquí hay un algo más real, un presente que evoluciona de un pasado y eso se puede palpar.
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Madrasa Mir-i-Arab, Bujara |
Ibn Sina y Rudaki que afamaron la ciudad, top de la ciencia y el saber islámico, y siempre la misma pregunta, qué fue de aquel esplendor....
Aquí el arte se perfecciona, se complica y se agranda. Madrasas XL y un cuerpo de baile que ensaya entre las dos, de nuevo vida bajo el ladrillo, aire fresco bajo un sol que sigue castigando.
Fahrad nos hace de guía, curioso pakistaní de paso por Bujara, que nos lleva a la fortaleza,
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Fortaleza de Bujara |
esta sí que sombra de lo que fue. Terror de los ingleses cuando expandían la royal rule, Stoddart y Conolly penaron por estos lares y se hicieron bien famosos, tan sólo el abad Wolff salió de aquí airoso, y casi de casualidad. Pero hoy dentro es bien distinto, el emir ahora es anfitrión, y las salas son para el turismo, imserso del lugar en viaje organizado, del pueblo a la ciudad, quizá primera vez. Imposible no mirar, paisanaje multicolor, mundo en sí mismo, que imanta la atención.
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Turismo local en la fortaleza de Bujara |
Y de un muro a la mezquita, que aquí tienen otro color, y no sólo de apariencia sino también de interpretación, el Islam aquí se relaja, y si hay vodka por qué no. Fue mucho tiempo de la URSS y según qué cosas no se olvidan,
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Mezquita Bolo-Hauz, Bujara |
para colmo lo de Andijan, y un presi que no quiere oír nada de extremos y prohibe hasta al moecín. Laicismo musulmán, cuando menos llamativo, no lo acabo de calar pero es sin duda de interés.
La tarde va cayendo, Char Minar será el final, escondido en un barrio popular, quizá lo más original, me deja un buen sabor de boca, se baja el telón hasta Samarcanda.
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Char Minar, resto de antigua madrasa, Bujara |