Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



viernes, 6 de mayo de 2016

XXIII. Mares que no son (II)

Predispuesto a lo peor, aún con sonrisa y perspectiva, siempre en la mochila, cuarenta horas en adelante para alcanzar Jiva, mi próximo destino, hoy será uno de esos días en que las sorpresas del camino, mucho más que el sueño del destino, harán que mi viaje tenga sentido y el esfuerzo sea más que recompensado.


Por delante un largo tren que me lleve hasta Beyneu, todavía en Kazajistán, algo más al norte y punto de inflexión, con otro nuevo tren, el ni más ni menos que Moscú-Dushanbe que pretendo cazar al vuelo en plena diagonal hacia el sudeste para entrar en Uzbekistán, nuevo país y nuevos medios. Desde Kungrad o Nukus, donde decida apearme, tendrán que ser coches compartidos.

Desierto de Karakalpastán, vista desde el tren
Y no contento con avanzar intentaré entre medias alcanzar Moynaq, algo más al norte, cementerio de otro mar, que se fue ya para siempre, al menos de aquel pueblo, el Aral es hoy memoria y poco más que un nuevo desierto.
Ya lo noté ayer, y ahora mucho más, el Caspio es frontera entre mundos muy distintos. En el tren esas miradas de sorpresa y de pregunta, ante un tipo que de no ser ruso qué será. Rostros ya distintos, ojos achinados, herencia de mongol, pasado legendario. Y no avanzo ni un paso cuando uno ya me pregunta, preludio de lo que vendrá, de repente soy invitado de honor en una fiesta de la que este joven y noble soldado hace de maestro de ceremonias. El tren no puede ir más cargado, los pasillos también son camas, y los tabiques desaparecieron, Astaná es su destino y es un viaje en comunión.


Tren Aktau-Beyneu
Todo son parabienes, uno me trae un té, otro de su comida, Madiyar me obsequia con un paquete de galletas de su ración militar, y hasta una moneda de recuerdo. ¿A qué llamamos hospitalidad en occidente? Ahora vente con nosotros, y me siento entre la soldada, que no para de preguntarme. Nos separa una barrera, idiomas imposibles, pero aún así nos entendemos, y reímos y charlamos. Algunos mientras duermen, otros comen y otros miran, y entre medias los vendedores que toman el tren en cada parada, pasillos de pasarela para todo tipo de mercancías, panes y juguetes, cualquier cosa que siquiera imagine. Mundo en miniatura y con raíles, metáfora vital de la que también ahora yo soy parte, compartiendo y siendo uno más, mi viaje puede acabar aquí, sería suficiente.

Me apeo en Beyneu, para cuatro horas de espera hasta el siguiente, ya de madrugada, y para colmar la jornada ahora esta pareja, uzbeca o kazaja, nunca lo sabré, que me llevan a su mesa en el café donde entré a hacer tiempo. 



Calle de Moynaq, Uzbekistan
El diálogo es de Gila, qué cuántos años tienes, pues son las doce y cuarto. Pero ellos tan contentos de tenerme en su mesa, y yo aunque ya algo cansado casi que también, y más cuando el café se convierta en discoteca y la pareja a bailar, cena y espectáculo.

El tren llega a su hora pero la noche será larga, vela eterna con vía crucis, si algún día me dicen dónde morí, será en un tren nocturno, a ser posible con frontera de por medio. Primero uno y luego otro, y no sé cuántos más, siempre a ratitos y cuentagotas, ahora el pasaporte, ahora el visado, ahora la mochila, ahora cuéntame algo, ya dormiremos otro día, que hoy es imposible, cuando me tumbe vendrá la procesión de vendedores, que por si no les miro también vocean, que tengo de esto que tengo de tó, o eso intuyo en el griterío.


Cartel de entrada a Moynaq, con el pez en el escudo

Pasa la noche, pasa la mañana, llega el mediodía y yapor fin Kungrad, momento de apearse. 
Empezamos nueva partida, la del regateo, Steve y Juli en la memoria, maestros que me iniciaron, África me licenció, pero aún no soy doctor. Taxi compartido que le llaman, cualquiera en realidad con un volante y cuatro ruedas, y un todo por negociar, jugaremos este juego, no hay alternativa.


Actual lecho del Mar de Aral
 Y enfilamos hacia Moynaq, recta irremisible, llanura y desierto, hierbas dispersas y vida la imprescindible.
Preludio de lo que esperaba. Moynaq es hoy un pueblo fantasma, desde el pez en el cartel, ni sombra de lo que fue, ahora costa de la nada. Ejemplo de dónde podemos llegar, jugando a ser dioses.

Para ser ricos en algodón cambiaron un par de ríos, y la naturaleza se vengó, primero fue sequía, luego viento contaminado, sal y desolación.

Barco en el lecho seco del Mar de Aral
Las factorías que cerraron, se acabó el caviar, las carpas y la vida, llegaron hambre y enfermedades, apocalipsis sin jinetes, y a ver ahora qué hacemos. Los barcos hablan por sí sólos, cadáveres sin enterrar, visión fantasmagórica, y el lecho que es superficie, hierbas entre arena. Al menos un humedal, aunque sea artificial, para paliar aquel destrozo, verdad que menos es nada, aunque con tanta división el futuro es complicado, que entre las riberas no hay cariño, más bien lo contrario, y así es 

imposible. 
Humedal a las afueras de Moynaq
Difícil de asumir, contemplo la triste escena desde este absurdo mirador. Creo que es una visión que todos debiéramos tener, al menos una vez. Pero es tiempo ya de irme, mucho camino por delante y otro desierto que atravesar, aunque éste que hoy vi será imposible de olvidar.


Vista de la costa sur del Mar de Aral, hoy seca