Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



martes, 19 de abril de 2016

XVIII. Ravished Armenia

Desde 1951, la ONU define el genocidio como "cualquier acto perpetrado con la intención de aniquilar total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso".

Entre 1900 y 1915 más de un millón y medio de los entre dos y medio y tres millones de armenios existentes murió a manos de los turcos, de los Jóvenes Turcos. Turquía alega la naturaleza sangrienta de una guerra, la Mundial, como excusa expiatoria, y una previa rebelión de la población armenia en lo que fue Armenia una vez y luego Imperio Turco, como principal desencadenante... de los asesinatos y deportaciones en masa.



Eso cuentan los armenios, pero también la prensa del momento. Difícil no creer cuando se leen los artículos de aquellos escritores y periodistas, europeos y americanos, incluso alemanes, luego cómplices en el silencio, denunciando la barbarie y pidiendo la intervención de las potencias de la época, más o menos las de ahora. Y más difícil de asumir, cuando se observa lo que fue la Armenia occidental, hasta finales del XIX y pincipios del siglo XX, y lo que fue poco después, territorio turco sin excepción, cero armenios en el suelo, iglesias que ya son piedras, ni dixán lava más blanco. 

Pero a día de hoy Turquía no reconoce, y ojito a quién lo haga... Así que EEUU no lo va a hacer, y mucho menos España, que Ginebra sin dinero no vale la Convención, y Armenia de eso no tiene, y encima pocos y pequeños. Y por supuesto el Ararat, dentro de Turquía, Lenin, Wilson y Ataturk dibujando en el mapa.



Mi camino por Armenia prosigue hacia Yereván, rumbo este pero poquito, más al sur que otra cosa, al menos de momento. La carretera bordea el Aragat, dejándolo a la izquierda, tierra yerma y esteparia en el entorno, y al poco lo deja atrás, momento en que aparece, mole descomunal, el Ararat ya justo enfrente, encrucijada entre los dos. Y al poco Yereván, que ahí es su emplazamiento, en lento descender, hacia una seca vaguada. 


Cartel del ballet Espartaco. Yerevan
Y tras la pobre Gyumri vaya si me sorprende, menuda capital, al menos en su centro. Yo esperaba una Tirana, algo adecentada, y resulta lo contrario, luce y destaca. Ni rastro de pobreza, vida cultural, calles a rebosar, y vida cosmopolita. Ya buscaré el truco, pero de momento me encandila, y más con sus carteles, Khachaturian y Espartaco, ballet de referencia, que si puedo no me pierdo.

Y ahora las cercanías, plagadas de monasterios, como todo el país en realidad. Primero será Gherhard, en esa tierra descarnada, siempre en un entorno en el que lucen sobremanera. De paso otro templo, más antiguo aún sí cabe, de lo poco griego que quedó, aunque sea reconstruido. 


Monasterio de Gherhard. Cerca de Yerevan
Y de nuevo otro encuentro, que ilumina mi camino. Bielorrusia de turismo, pero no todos lo son, ella se presenta como hija de la diáspora, armenia en realidad, que vuelve a su tierra tras nacer lejos de ella, joven y con gracia, guía a sus compañeros y de paso a mi también. 


Interior del Monasterio de Gherhard
Y al grupo que ese une otro polaco peculiar, que no calla ni dormido, vaya inglés perfecto. 
Mañana lo descubro, el facebook le delata, actor de la BBC, lo único que no habló, pero ahora ya entiendo, acento y verborrea, simpático personaje.


Templo de Garni. Alrededores de Yerevan
Pero vuelvo a la historia que la expatriada me introdujo, y en la noche otro cartel, más bien recordatorio, 1915, fecha del horror. Imposible no ver y escuchar lo que siente esta gente.

 
Para colmo es la semana en que se cumple el memorial, 24 de abril cristales rotos, en unos días lo será. Y según llego a la plaza de la ópera, buscando qué cenar, me encuentro con un momento, de esos de no olvidar. Un grupo de scouts, tantos que en su día conocí, rodeando el estanque. Banderas en alto, cuerda uniendo, velas flotando y un recuerdo, que une a los presentes. 
Plaza de la Ópera. Yerevan

Difícil no hermanar, aunque Armenia no sea sin mácula, que Azerbaiján también se queja y quizás con razón, pero al menos reconocer lo que pasaron y lo que fue. 

Y para comprender acudo al memorial a la mañana siguiente, antes de George Clooney, que lo hará este domingo. Fotos y documentación, sin ansias de revancha, y un bosque que será, de los que sí lo han entendido, Francia por delante e incluso ya los rusos. El museo es sencillo, pero con letras de sangre. 



Memorial del Genocidio. Yerevan

Leo barbaridades, que seguro muy pocos conocen, imposible no comparar, con aquellas duchas de gas. Aquí fue mucho más fácil, niños en fila india, en varios centenares, una cuerda que une las manos, y un río como final. Salgo a la superficie, me cuesta asimilar, y quizá la mejor muestra, el Ararat justo ahí enfrente, testigo encadenado. Tan alto y tan olvidado, Noé y el Arca allí presos, ¿cuánta gente hoy, sabe lo qué pasó?

Monte Ararat, vista desde Yerevan
Doce de los quince millones de personas que constituyen la población armenia actual vive hoy fuera del país, en lo que supone la mayor diáspora histórica mundial, y algo tuvieron que ver los eventos del pasado. Hoy recuerdo a aquel Rubén, amigo de la infancia, que decía ser armenio y yo entonces no entendía, qué es eso de Armenia, si no sale en el mapa. Pues es ese mi país, y quizá algún día vuelva a ser. Sí señor sí que lo fue, y yo también me alegro.


Memorial del Genocidio. Yerevan