Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



jueves, 14 de abril de 2016

XVII. Aragat, Ararat

El Aragat, o Aragats, pues son dos en realidad, es hoy la montaña más alta de Armenia, 4090 metros, enclavada en su mitad occidental, no lejos y casi a vista de la que lo fuera hasta no hace tanto, el Ararat, cumbre bíblica y emblemática, Arca sumergida en una tierra que no le pertenece. Un pacto entre ajenos dejó a Noé dentro de Turquía, y desde ahí observa hoy a su patria más querida, frontera cerrada e impenetrable.
Una y otra constituyen sendos ejes en esta zona meridional del Cáucaso, dejando a Yereván, la capital de Armenia, de camino entre los dos.


Bordeando uno pretendo alcanzar el otro, al menos sus proximidades, hasta donde yo pueda llegar, aprehendiendo mientras tanto todo lo que pueda, de esta histórica región. Así que hacia el Aragat que me dirijo, primera parada en mi incursión, antes de proseguir camino hacia Yereván, 5000 metros de sombra de la cumbre del Ararat. 

Cordillera de Zdhanovakani, entre Georgia y Armenia

Una madrugadora mashrutka conduce diariamente de Ajaljitse hasta Gyumri, ya en Armenia, atravesando los últimos cañones georgianos y las estepas alpinas que separan un país del otro. Aún siendo de las peores, cascajo sin igual, el trayecto se verá amenizado por este policía de aduanas, vivaracho y contumaz, demasiado grande para el asiento.
Tras un día de permiso se dirige a su trabajo, media boda anoche mismo, hasta hace un rato realmente, y cuyo rastro puedo contemplar e incluso oler desde mi sitio. Entre baches y trompicones este divertido diálogo, bebida energética de desayuno, en el que quizá por su juventud me cuenta bastantes verdades, como que aquí manda la raza, y todos juntos pero sin mezcla. ¿Has visto ese pueblo? Pues sólo armenios y ni un georgiano. No le gustan los no europeos, e incluye ahí a los turcos, que dieron mucha guerra, ni tampoco los vecinos rusos, pero qué tío ese Putin, no me agrada pero le admiro. Y el caso es que le creo, y me da que es general, el Cáucaso es un conglomerado, y bastante poca paz, aquí cada uno a lo suyo, y el distinto que se vaya, cuánto más lejos mejor.

Gyumri, Armenia
Gyumri es un pueblo, o ciudad, marcado por su pasado. Por si fueran pocas las desgracias armenias en su historia más reciente, la tierra también les golpeó, y de qué manera tan brutal. Una falla que se abre, un cielo que se oscurece, y la muerte que se extiende. Epicentro del dolor, Gümri todavía recuerda, treinta años ya de aquello, las 50.000 almas que se fueron, preguntándose el por qué.
Y no quiere olvidar, se nota claramente, no sé si por rabia o como homenaje.

Calle de Gyumri
Paseo por sus calles, por lo que fuera su antiguo centro, esplendor dieciochesco, aroma de época rusa. Y ruinas por todas partes, escombros de lo que fue, cables ya por fuera, por si acaso otra vez.

Iglesia de Amenaprkich, Gyumri
Llego a la iglesia, pináculo en el suelo, aquí ya para siempre, con la grúa y lo demás, aunque de nuevo está completa. La imagen sobrecoge, aunque no todo es dolor, en el parque ya son risas, domingo de atracciones, la ciudad hoy respira, bulle y se mueve.

Y no lo puedo creer, horrible casualidad, repaso las noticias, y hoy mismo en Ecuador, misma historia, mismo dolor, la tierra que tiembla y de nuevo la masacre, cuando hay pobreza más, que aquí también somos distintos.

Parque de la Ciudad, Gyumri


Siempre y ahora más, estos casos me hicieron reflexionar, ¿nos creímos dueños de todo y olvidamos lo que somos? Es algo imprevisible, y no se puede huir de todo, pero la naturaleza siempre se impone, aunque queramos dominarla. ¿La respetamos como merece?

Al fondo el Aragat, blaco y mudo testigo, que parece responderme

Monte Aragats sobre Gyumri, Armenia