Una y otra constituyen sendos ejes en esta zona meridional del Cáucaso, dejando a Yereván, la capital de Armenia, de camino entre los dos.
Bordeando uno pretendo alcanzar el otro, al menos sus proximidades, hasta donde yo pueda llegar, aprehendiendo mientras tanto todo lo que pueda, de esta histórica región. Así que hacia el Aragat que me dirijo, primera parada en mi incursión, antes de proseguir camino hacia Yereván, 5000 metros de sombra de la cumbre del Ararat.
Cordillera de Zdhanovakani, entre Georgia y Armenia |
Una madrugadora mashrutka conduce diariamente de Ajaljitse hasta Gyumri, ya en Armenia, atravesando los últimos cañones georgianos y las estepas alpinas que separan un país del otro. Aún siendo de las peores, cascajo sin igual, el trayecto se verá amenizado por este policía de aduanas, vivaracho y contumaz, demasiado grande para el asiento.
Tras un día de permiso se dirige a su trabajo, media boda anoche mismo, hasta hace un rato realmente, y cuyo rastro puedo contemplar e incluso oler desde mi sitio. Entre baches y trompicones este divertido diálogo, bebida energética de desayuno, en el que quizá por su juventud me cuenta bastantes verdades, como que aquí manda la raza, y todos juntos pero sin mezcla. ¿Has visto ese pueblo? Pues sólo armenios y ni un georgiano. No le gustan los no europeos, e incluye ahí a los turcos, que dieron mucha guerra, ni tampoco los vecinos rusos, pero qué tío ese Putin, no me agrada pero le admiro. Y el caso es que le creo, y me da que es general, el Cáucaso es un conglomerado, y bastante poca paz, aquí cada uno a lo suyo, y el distinto que se vaya, cuánto más lejos mejor.
Gyumri, Armenia |
Y no quiere olvidar, se nota claramente, no sé si por rabia o como homenaje.
Calle de Gyumri |
Iglesia de Amenaprkich, Gyumri |
Y no lo puedo creer, horrible casualidad, repaso las noticias, y hoy mismo en Ecuador, misma historia, mismo dolor, la tierra que tiembla y de nuevo la masacre, cuando hay pobreza más, que aquí también somos distintos.
Parque de la Ciudad, Gyumri |
Siempre y ahora más, estos casos me hicieron reflexionar, ¿nos creímos dueños de todo y olvidamos lo que somos? Es algo imprevisible, y no se puede huir de todo, pero la naturaleza siempre se impone, aunque queramos dominarla. ¿La respetamos como merece?
Al fondo el Aragat, blaco y mudo testigo, que parece responderme
Monte Aragats sobre Gyumri, Armenia |