Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



lunes, 4 de abril de 2016

XIII. Archipiélago Gulag

El tren nunca me resultó un medio de locomoción especialmente seductor, al contrario que a otros muchos, ni tan siquiera esos largos trayectos en coche cama. Pero no me sobra el tiempo, así que decido proseguir mi marcha hacia Odessa tomando el célebre, en el mundillo -de todo hay un mundillo-, tren nocturno entre Bucarest y Chisinau, y así ganar un día de viaje que podré emplear en conocer la capital moldava.




La romántica primera impresión que me produce el convoy detenido en el andén, 

Tren Bucarest-Chisinau
se convierte en terror cuando trato de alcanzar mi compartimento. Un obstáculo en el pasillo que desafía la ley de proporción continente-contenido, y que tal y como temo tiene asignada la misma cabina que yo. Aún delgado y pequeño no veo cómo compartir noche y habitáculo con tal pasajero, cuando descubro que hay un tercero ya en el interior. Sólo falta Groucho.

Interior del tren Bucarest-Chisinau
El resto de compartimentos están libres, pero la revisora del vagón es de ángulo recto y deniega la petición. Y tres huevos duros. Finalmente el hombre que vale por dos se traslada a otra cabina en un arranque de coraje y solidaridad, a pesar de la prohibición oficial. Alivio general. 

Pero todavía queda pasar la frontera, y será entretenido. 4 a.m., la revisora abre el compartimento como si quisiera llevarse la puerta a casa, enciende la luz y escupe unas palabras que entiendo como un ¡Firmes! Consigo incorporarme y recordar dónde estoy justo a tiempo para recibir en mi cabina, en sucesivo orden de aparición, al policía de control de pasaportes, al oficial de aduanas que me hace levantar el camastro y destripar el macuto, y ¡al médico! que afortunadamente no me hace sacar la lengua. El tren se detiene, cambio de ancho de vía, lento, arranque y mi compañero apaga la luz, no nos vayamos a desvelar. Cinco minutos de marcha y nueva parada. Mismo procedimiento, apertura de puerta, foco de luz, incorporación medio supina, pasaporte, aduana, y una agradable oficiala, sólo a la vista, que ve en mí un sujeto de peligro para la integridad de Moldavia. Con qué propósito voy, cuánto voy a estar, enséñeme la reserva del hotel. Estoy yo para interviús. La caché de mi tableta muestra un hostal que había mirado, y parece contentarla, podemos continuar. Apaga el foco chaval, que la función ya se acabó.



Iglesia ortodoxa rusa. Bulevar Gagarin. Chisinau
Moldavia y Ucrania, ex-repúblicas soviéticas, fueron ambas granero de Moscú. Tierras fértiles y llanas, y un clima no tan severo, campo de cultivo para todo tipo frutas y verduras, y vino, en buena medida, producto estrella de Moldavia. 

Museo militar. Chisinau
Las dos sufrieron lo suyo, y no olvidan, no, las faenas de Josif, deportaciones en masa a Siberia, Archipiélago Gulag, o Kulak, que me enseñan en el Museo de Historia de Chisinau, y el Holodomor, 5, 6 ó no sé cuántos millones, se dice pronto, de ucranianos muertos de hambre, 1932-34. Colectivización del horror.


Antiguo Estadio Nacional. Chisinau
Amanezco en Chisinau, que fue noble y se nota, fin del XIX cuando capital de Besarabia, y rezumaba eau de parfume de Paris, al igual que media Europa. Casco histórico de largas avenidas, amplias manzanas y poca altura que se detienen el tiempo, entorno de cemento, gris, muerto, que todavía no se fue. Pero el pasado ya no es, y hoy es el top manta, capitalismo de emergencia, para una gran mayoría, que subsiste como puede. 

Bulevar Gagarin. Chisinau

Es el caso de los dueños de mi hostal, estos medio jóvenes moldavos, emigraron sus hermanos pero ellos permanecen, por orgullo y con coraje. Y aquí estamos esta noche, dos moldavos, español, argentino buscavidas, exportando lo exportable, y ésta qué, podría ser uzbeca, la verdad es que no lo sé. No hay distancias en la noche, tan lejanos y cercanos, in vino veritas, qué gusto de velada, brindamos por Moldavia, y el argentino... argentina.
Siguiente jornada, y último tránsito, Moldavia hacia Ucrania, pero no vale la línea recta, hay algo entremedias. Es Transnistria, región tintinesca si no hubiera sangre de por medio, que según leo no conviene atravesar, ni tan siquiera pisar, si no quiero atascarme en las fronteras imaginarias y pagar más de lo debido por atravesar el territorio. Debo ser precavido y tomar una mashrutka que lo evite, y llegue a Ucrania por la esquina. 


Teatro de la Ópera. Odessa
No será problema, y llego por fin a Odessa, alcancé ya mi destino. 
Ciudad novelesca, más pasado que presente, elegancia que impresiona, Odessa es una mujer mayor, que fue hermosa y envejece, pero que trata de aparentar que el tiempo no pasa por ella. Y la verdad es que lo consigue. Me embelesan sus palacios, sus largas avenidas y también, por qué no decirlo, sus mujeres principescas, reflejo de un país que es más de lo que hoy puede. 


Calle Marazliivska.Odessa
Nuevo y último día, me encamino a por el billete, y oh sorpresa, ¿a qué tanto uniforme? ¿Es por lo de Crimea? Las calles son marineras, mucho más que ciudadanas, hasta que descubro, una y otra, acaso allí otra más, academias militares, Odessa prepara la marina, casi que universal.

Paseo encantado por esta hermosa ciudad, 
siento no poder dedicarle otra jornada, pero el barco ya me espera. Aunque antes de embarcar, pisar los Escalones, 
Escalones Potemkin. Odessa
aquellos que desembocan en el Mar, Negro, y entonces en el Potemkin, Acorazado, historia de la historia, de aquel cine que quedó, de entonces para siempre, y en el que ahora me introduzco, bajando la escalera. Comienza otra película, rumbo este y a Georgia.