Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



miércoles, 6 de abril de 2016

XIV. El vellocino de oro

- Aslan! Come here! More dolphins by this side....!

Durante toda la tarde nuestra travesía se ha visto acompañada por estos magníficos seres, sexto sentido y algo que nos atrae mutuamente, apareciendo y jugando, ahora sí, ahora no, por uno y otro costado, estela del barco, augurio de buena suerte en nuestra antigua cultura. El safari fotográfico no tendrá éxito, falta equipo y voluntad de pose, pero la noticia ahora es otra. Batumi se divisa por fin en el horizonte, enmarañado por una fina niebla en el atardecer y arropado por severas montañas, todavía blancas, las más altas, las del fondo. Tierra a la vista dos días después, hemos atravesado el Mar Negro.




Cuenta la leyenda que Jasón, con unos cincuenta marineros, atravesó este mismo mar a bordo de la Argos en pos del vellocino de oro, piel de carnero custodiada por Eetes, rey de la Cólquide. Por supuesto Jasón obtendría el preciado tesoro con el que destronar a Pelias y reinar en su tierra natal, Yolcos, después de superar numerosos avatares, de ida y vuelta, con la ayuda fundamental de Medea, la hechicera, souvenir envenenado que también llevaría consigo a casa. Y es a la Cólquide a donde me dirijo, Georgia de hoy en día, al menos su costa oeste, en busca de mi vellocino particular que no es otro que el de ensanchar el espacio de mi horizonte.

Buque Greifswald
El embarque en el Greifswald está previsto a las 14.00, siete horas siete antes de la hora de zarpar, por si fueran pocas las cuarenta y cuatro de travesía que esperan por delante. Pero ya me explica Tarasenko que el buque es de mercancías, y que tras el pasaje deben embarcar los vehículos. Y le digo que sí, o que da, total que más da, pero a no ser que se embarquen las manzanas de una en una y no en camiones, me sigue resultando un tiempo excesivo. 

Puerto de Odessa. Ucrania
Mi carácter latino se rebela ante la cuadratura euro oriental y llegaré una hora tarde, kilómetro de paseo de recompensa en vez de lanzadera para alcanzar la terminal, y mirada agria de la operaria, en el mediterráneo es otra cosa, mis disculpas, querida. 

Tras la aduana falta otro autobús, que nos pasea a Miss Daisy y a los argonautas unos cien metros por el puerto, militar a bordo y ambiente de top secret, hasta el portón de la bodega del barco, que ahora sí cruzaremos andando, tras el tercer control de pasaporte. Y aquí que nos paramos, falta por llegar el equipaje, que habíamos dejado en una pala de volquete de obra, y que llevado en volandas, nunca mejor dicho, recogeremos ahora del mismo transportín. 

Ya sólo falta la llave de la cabina, a cambio del pasaporte, trueque interesante, y en recepción los pasajeros parecen tener prisa, o no conocer lo que es una cola. Aprovecho el momento para analizar la concurrencia, y si el barco es austero el perfil lo es aún más, rostros duros, secos, en cuerpos caucasianos, una o dos mujeres en todo el pasaje, y yo la liebre en la sabana. Pero la suerte me sonríe, y ese chaval en recepción, que me saluda en inglés, será mi compañero de cabina, y la alegría creo que es mutua.


Casi un mes después esta nueva travesía, continuación de aquella inicial, que se me hace ya lejana, aunque siento otro comienzo, hacia un nuevo lugar, totalmente distinto, desconocido, donde creo que empieza el viaje de verdad. Miro por la borda y veo otro mar, que es igual pero no es el mismo, y ese color amarillento, esa niebla que no se irá, y un horizonte para ver, y para pensar.

La mar que se hace plata, no hay viento ni se le espera, y las horas que pasan despacio, pero no tanto como creía. En Aslan, joven georgiano, futuro marinero, academia militar, encuentro un compañero de categoría. Tranquilo y bonachón, contraste con el entorno, Orwell en la cabina, y ¡otros treinta libros en la maleta! su conversación es de futuro, de lo que ansía y lo que sueña, y la mía es de presente, del qué somos y dónde vamos. Y mucho en común, más de lo esperado, también planeta fútbol, dónde no y cuándo tampoco. 

En el barco horario militar, rancho y diana, y Aslan que me traduce, lo que tomamos fue kefir, gachas y otra cosa, interesante desayuno. Las comidas se suceden, día de la marmota, siempre la misma mesa, los mismos compañeros, el mar por la ventana y ahora ¿tierra? 


Crimea

Crimea en lontananza, historia triste y reciente, y ahí asoma, enfrente nuestra, durante buena parte de la jornada.

Y disfruto cada momento, ahora lectura ahora tertulia, y ese mar que acompaña, que toca el cielo en la noche, brisa sempiterna, un horizonte que no llega, pero que no hay prisa en conocer.

Pero todo tiene un final, y Batumi aparece, entre la niebla y las montañas, después de la tarde entre delfines, y decías que no había en estos mares, pues más que en los míos. Hasta siempre compañero, otra nueva despedida. 



Costa de Batumi. Georgia

La costa otra vez, mirando hacia el oeste, Batumi está naciendo al son del vellocino, oro de oriente y de occidente, y un look a lo Dubai que esconde las vergüenzas y no termina de convencerme.

Playa de Batumi
Medea desde lo alto y los Argonautas en el Casino, Escila y Caribdis de la modernidad. 

Monumento a Medea. Batumi

Pero no todo está perdido, Batumi respira, tranquila, aire del mar, y las tardes son backgammon, juego nacional, pesca o pasear, y en las afueras un jardín, botánico, casi tropical, como el clima de la ciudad, mi última parada antes de partir.

Bulevar de Batumi
Lo recorro lentamente, y no puedo evitar, comparaciones son odiosas, recordar aquellos otros de aquellas latitudes. Hoy me falta el compañero de aventuras, tropicales, a él dedico este paseo hasta el próximo que hagamos, viajero incasable, amante de las plantas, que hoy tanto disfrutaría y que ahora echo en falta.

Puerto de Batumi



Batumi