Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



miércoles, 31 de agosto de 2016

XLVII. Agua eterna

Por primera vez en muchos meses vuelvo a sentirme sólo. El lugar es de una belleza brutal, sublime, y me apabulla. Ni siquiera ese grupo de jóvenes apelotonados haciéndose un selfie colectivo logra que mi mirada se desvíe, fija e hipnotizada ante tamaño espectáculo. No puede haber lugar más hermoso, más perfecto en su desorden caótico y natural, y no se me ocurre nada más que llorar. Hoy sí quisiera poder compartir esta visión con tanta gente tan lejana de aquí, y sobre todo con ellos, que me llevaron de la mano y me enseñaron a viajar, y que probablemente ya nunca lo verán. Y siento que esto se acaba, que hasta aquí llegué y que ya no puede haber mucho más, y ya no me importa, el agua cae a toneladas con una violencia que no tuvo principio ni final. He llegado a Iguazú.




Tanto tiempo olvidado, el calendario vuelve a ser hoy de consulta diaria e imprescindible, y me hace sentir un lastre sobre las alas que durante los últimos meses volaran libres y sin conciencia de adónde se dirigían. Pero hoy ya no es así, y encaro la recta final de mi viaje desde esta hoy gris Asunción, punto de partida para el todavía largo recorrido que he de realizar hasta alcanzar la frontera con Brasil, el que será último país de mi periplo.



Y nada bueno leo sobre este nuevo paso fronterizo. Ciudad del Este suena a película de otro tiempo, a leyes no escritas más que en los cañones de unas pistolas que no están sólo en mi imaginación, y a contrabando de cualquier cosa que encontrase comprador. Y algo así parece ser y me tiene preparado casi para lo peor, el
Ciudad del Este, desde un autobús local
autobús más largo de lo que esperaba me deja en la noche ya cerrada de esta temida ciudad, y opto por renunciar a mi plan original, el cruce del puente podrá esperar, y busco refugio en un albergue que es castillo amurallado.

La mañana siempre es otra cosa, y con algo de más tranquilidad ahora sí me acerco a la frontera y contemplo el maremagnum de centros comerciales, tiendas y ambulantes, paraíso andorrano de mercancías bien dispares que no quiero ni oír ofrecer, me lanzo al puente tras el sello a cruzar una vez más este río de la vida hacia tierra brasileña, que sigue siendo guaraní.
El temor y el contrabando que se quedan a mi espalda y empieza ahora el portugués, ese que ya escuché en voces encontradas durante mi largo recorrido y que espero volver a ver, mientras acelero el paso hacia las cascadas que tanta fama atesoran.
Puente de la Amistad, frontera Paraguay-Brasil
Y de nuevo esa sensación, de naturaleza corrompida, que tanto me cansó en la vieja China, pero hoy no queda nada por descubrir, y aquella escena de La Misión es hoy taquilla de Disney World, un shuttle bus en brasileño y un mapita en color acercan a una atracción que jamás será domada.


El impacto no puede ser mayor, es agua y es naturaleza, casi sin tocar, y un torbellino de emociones que
Cataratas de Iguazú desde el lado brasileño
recorren todo mi cuerpo. El cielo gris que mistifica y lo hace casi irreal, y ahíto, sin palabra, no puedo dejar de mirar, si Dios se hiciera agua se llamaría Iguazú, Agua Grande y cómo no, no pudiera haber otro nombre mejor.

Un corto pero largo camino con vistas de impresión me llevan desde la altura hasta el principio de todo lo que es hoy, caída y extensión. Una torre en su final que pretende dominar el agua en su salto, ofreciendo una atalaya inmóvil y temerosa, protegiendo en su base una valiente pasarela que se interna en las fauces del dragón que no la traga por desinterés, de nuevo el hombre jugando a ser mayor, sin entender el tamaño de su pequeñez.

Pasarela sobre una de las cascadas, lado brasileño
Tres ciudades en torno a este mar, que se hizo río por casualidad. Dejé la paraguaya y hoy estoy en Foz, nombre brasilero para este mordisco en la selva que asienta al hombre y hace caja, y mañana seré en la otra Iguazú, la que luce bandera argentina.
Coatí
Fronteras igual de absurdas y un mismo parque nacional, siempre una taquilla y ahora un coatí en recepción, ya los vi ayer pero aquí se sienten dueños y en expansión, el terreno es más propicio y aunque no les pregunté, quizá hasta vosean.

Otro caminito atravesando la espesura y de nuevo las cascadas que hacen acto de aparición, aquí con más detalle y menos extensión, creí entrar en el camerino de estas actrices de excepción contemplando tan de cerca su guardada intimidad.
Cascadas en el lado argentino
Los batallones de turistas que no cesan de retratar, pero ni así aún se desluce la puesta en escena de esta obra sin final. Tres actos dispuestos en tres niveles hasta alcanzar 
por fin  lo que dieron en llamar la Garganta del Diablo, toponimia sulfurosa repetida siempre que la vista sea atroz, da igual que punto del orbe.
Entre medias aún más selva, que aquí es mucho más cercana, monos sin diplomacia buscando su ración, y esas aves del paraíso que contrapuntean a lucifer y elevan al Cielo este paraíso.

Unos restos de pasarela que cuentan la historia de un enfado que debió ser descomunal, y otra nueva y alargada que se posa en el ombligo de este agujero, capricho natural, remojón de agua eterna para el que ose aproximar la mirada a su final.

Me apoyo en la barandilla y me dejo naufragar en este agua que no cesa y que explica una vez más, lo que somos y lo que no, uniendo la visión de los que por aquí pasaron y los que vendrán.

Cataratas desde el lado argentino
Y será todo igual, o al menos parecido, eterna agua que ha de correr.













Garganta del Diablo