Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



viernes, 12 de agosto de 2016

XLIII. Kiwi

El viaje por el interior de Nueva Zelanda continúa. Alcanzado el extremo suroeste de la isla norte con la península y volcán de Taranaki, nos disponemos a tomar ahora la Forgotten World Highway para dirigirnos hacia el corazón de fuego de la isla, en plena franja volcánica, y continuar en próximas jornadas hasta la costa este desde donde ya pondremos rumbo de vuelta a Auckland. Si todo va bien y el tiempo acompaña puede que yo todavía extienda este periplo ya en solitario por el norte de la isla antes de terminar mis días en la tierra kiwi.



La noche ha sido gélida y al abrir el portón trasero de la furgoneta descubro un manto de hierba pálida, blanca y atiesada por el frío que espera la inminente salida de un sol cohibido por el invierno austral que ahora ya sí sentimos, lejos de la atemperada Auckland. Pero la temperatura debe seguir descendiendo en nuestro camino hacia el interior de la isla, aún mucho menos agreste que su pariente sur, habrá que planificar cuidadosamente los lugares de pernocta de aquí en adelante, nuestra casa de caracol no entiende de rigores invernales.

Forgotten World Highway
Y dejamos el Stratford shakespiriano para buscar ahora un far west, mitos de contraste en distancia no abundante que sin embargo crece con el tiempo y el espacio de esta carretera, perdida y olvidada. Curvas y recurvas que introducen un paraje tan sólo y tan hermoso, moldeado por una tierra antaño negra y hoy verde aceituna, restos de volcán y terremotos que perfilan un rizado permanente. Con el Taranaki a nuestra espalda ya asoma el Tongariro, leyenda maorí donde al amor se hizo lava, fuego y ceniza, pero la carretera dobla otra vez y aparece un poblado que ¡por días fue república! Hoy la historia ya es turismo y queda en una broma, que a eso suenan siempre los delirios de grandeza independiente en cualquier latitud, el mundo gira hoy en otra dirección. Un saloon y una posta y un salto al vacío, mientras ese perro aburrido se hizo sheriff sin estrella.

Whangamomona
Más kilómetros y nueva escena, ahora tropical, y es que el paisaje no quiere ser aquí rutina. Bosques con helechos, frondosos y regados, y esa sensación, de mundo olvidado, sólo falta el dinosaurio para completar el cuadro. Cemento que ahora es gravilla y tumba blanca de colono en mitad de la maleza.


Forgotten World Highway
La carretera que no acaba y que gana la partida, llega el sol de tarde y de nuevo esa luz, cálida y de estudio, la sigo viendo distinta. Momento de parar, sentir y respirar. Pradera verde con el río y Sofía al caminar, rubio amarillo y sonrisa de novedad, trotes y brincos incontenidos en alegría desbordante, el invierno vencido por la primavera.

Y hoy va ir de unos volcanes, y de un enorme cinturón, que por aquí también tiene agujeros, y de estupenda dimensión. Ahora sí es Nueva Zelanda, la que esperaba desde el avión, esos conos en su mitad, trasfondo peliculero, entonces negros ahora blancos. El Tongariro es otra cosa, unas montañas de repente, en zona casi pelada. Con silla de montar
Tongariro National Park
menudos y un algo de arrojo, afrontamos el camino que se acerca a una ladera. Sofía no lo ve claro embutida en su grupa y yo casi que tampoco abriendo el paso como puedo, alfombra toda de nieve y acabado de tobogán con el firme bien helado. Pero su madre se maneja y avanzamos con cuidado, pisando ahora aquí y luego más allá, salvamos las pendientes y alcanzamos el objetivo, agujero blanco de agua limpia, un grito natural con sonido de cascada.


Tongariro National Park

Lago Taupo
De aquí en adelante ya todo será humo. Caldera disfrazada por el lago Taupo, tremendo amanecer, que esconde un volcán que no cabe en su guarida, por su olor lo conocemos, bien podría estar aquí la puerta del infierno. Los ríos se tornan blancos y amarillo sulfuroso, charcas en ebullición y las ramas petrificadas queme evocan una Pompeya que llegó aquí antes que el hombre. Pero éste ya está aquí, y en el agujero vio negocio, burbujas de dinero en un paraje desolador, el azufre resulta que atrae y las vallas en derredor. Mientras los cráteres palpitan y compiten entre sí a hacer anillos de humo, espero estar bien lejos cuando se acabe la partida y empiece lo de verdad.

Lago volcánico, Waikato
Y haciendo el camino costeamos hasta el final, una montaña y un faro nos señalan la vuelta atrás en Manganui, tomamos rumbo norte ya hacia la ciudad. No estoy aún satisfecho, así que yo sigo un poco más, me queda mucho por descubrir de este fantástico lugar. Proa hacia una Bahía, que fuera la inicial, en
Paihia, Bay of Islands
Waitangi se firmó el acta fundacional. Y cuando llego es la hora del baño, del sol de atardecer, que dora una por una las islas de la bahía, si antes todo fuera hermoso ahora no lo puede ser más. ¿Bay of Islands paraíso? y si no bien lo parece. Con acento argentino como el resto de la isla, trabajo de importación y vacación en mismo pack, se expresa esta Paihia que celebra conocerse con acordes en el mar. Es domingo y es el sol, y es un picnic en la playa, balón de rugby en la orilla y ver la vida pasar. Pero yo sigo mi camino buscando algo más, y encuentro un templo maorí, recuerdo de lo que fue y sigue siendo hoy, rostro de impresión no muy acogedor. Y luego el lago y la cascada, y un reflejo tan perfecto que parece irreal.

Pero no me quiero ir sin ver el otro lado, ferry cruzando a Russell y al fondo un mirador, donde se pierde la

mirada, en esta esquina de la isla que parece la del mundo, tan deshabitada. Y en lo alto la bandera, tintes
Paihia, Bay of Islands
heroicos hoy apagados, a la que subo pero me paro. ¿Qué asoma en la carretera? Una sombra ya casi en la noche y un objeto no identificado que se mueve en el silencio. Me hago estatua de sal y espero el momento, que llega al poco rato, buscando cena en la hierba se acerca a mí en su paseo y lo observo bien de cerca. Y aquí está el anfitrión, él único en verdad en estas islas afortunadas, tímido y pequeño, en su reino casi perdido, este pájaro sin alas porque nunca las necesitó, va y viene, viene y va, y yo que le contemplo en este instante de magia natural. Como apareció se desvanece y se lleva con él mi tiempo, el kiwi me despidió, hasta siempre Nueva Zelandia.