Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



martes, 23 de agosto de 2016

XLV. Mauricio


Es noche cerrada y ya han dejado de sonar los tambores que temblaron durante toda la tarde al fondo de la calle. Noche fresca, pero agradable, y un sinfín de estrellas jalonando el cielo negro sobre el jardín, donde todavía se seca el mural que estuvo pintando Mauricio, y una charla, larga, reposada, obligada tras la cena, y que nos lleva de un lugar a otro de nuestra vida e imaginación, hasta donde yo no conozco pero él sí, y a veces yo sí pero no él. Y luego el silencio, y la paz, y el olor a jazmines y a incipiente primavera, tan cerca de la selva y de la historia, y de este encuentro de culturas con nombre guaraní. Noche, cerrada, y otro de esos momentos por los que cogí aquel día el tren, siento esa plenitud de estar donde debía y de vivir con intensidad, y quizá incluso entender algo más de todo este camino.


Con Río de Janeiro como destino definitivo, trazo un recorrido que me va a llevar a remontar el río Paraná, buscando las famosas cataratas de Iguazú y el paso hacia Brasil. Las distancias son largas, esto es América,
Río Paraná a su paso por Rosario
así que divido el trayecto en etapas razonables que me permitan entender lo que veo por el cristal del ómnibus, único medio de desplazamiento que usaré hasta alcanzar Río.
Y en Rosario la primera parada desde el viejo Buenos Aires, de nuevo la cuadrícula, orden cartesiano al que no logro acostumbrarme, y que aligera la personalidad de lo que entiendo de otra manera. Pero al fondo espera el río y el paisaje en cambio radical. Enorme Paraná que me introduce ahora sí lo que es América de verdad. Un carguero que lo surca según la tarde va cayendo, y el paseo inundado por una vida paseante
Monumento Nacional a la Bandera. Rosario
 que palpita en blanco y en azul, monumento a la bandera que se hace luz cuando ya es noche en la bahía. Un fuego eterno justo enfrente, y una nobleza de catedral, reflejada en el cristal y que alberga a Nuestra Señora, la que del Rosario hizo nombre y luego una ciudad.

¿Y si hacemos un arroz? Hay tomates, más verdura, y con un poco de carne y un poco de ilusión de aquí sale una cena de teniente coronel. Y le digo claro que sí, que salgo a comprar, yo de pinche y Mauricio el chef, y preparamos una velada al son nacional, la posada es ahora hogar, y en la tele un noticiero que debate las verdades y las que pudieron no ser tanto, un país que habla como pocos y que hoy hierve como el caldo. Pero Mauricio lo ve claro y con su voz bien agarrada me desgrana la realidad mientras corta la cebolla.

Y ahora llego a Paraná, y resulta que es domingo, y dónde compro la tarjeta con la que tomar el colectivo. No hay problema
Catedral de Paraná
dice Cristela, ésta corre de mi cuenta, otro ángel de la guarda que me topo en el camino, y ya no me caben en la maleta. Y Cristela que me guía por la que es ahora su ciudad, pequeña, tranquila y siempre a orillas del Paraná. Pero en Cristela hay un pasado que no puede olvidar, es Argentina y tiempos duros y una cárcel por hablar, y con más andado que horizonte veo en ella una herida que no es suya sino mundial. Poesía en su mirada y energía por gastar, que contagia las calles por las que vuelvo a caminar. Se acabaron ya las cuadras y encuentro una ciudad, coqueta y cuidada, orgullosa de verdad. Un parque descomunal en lo alto de la ribera, y de nuevo catedral en un blanco atrevido que hermosea su fachada irradiando con su luz.


Pero vuelvo otra vez al río y la tarde lo abarrota. Pescadores, caminantes, biciclistas, vendedores, esas señoras con sus leggins y las parejas entrelazadas, la corriente que no cesa, y la vida que tampoco.


Río Paraná en la ciudad del mismo nombre
Me gusta tu camiseta, le digo al hombre de barba. Una sincera risotada y una mirada de complicidad. Yo soy de Rosario pero me encanta el Atleti, esa fuerza, ese carácter, y que no importe siempre ganar. Es el equipo más canchero y con Simeone aún más. ¿Y adónde vas españolito? pues esto yo me lo conozco como la palma de la mano. Y Mauricio deja todo y me explica con vehemencia lo que Misiones esconde, un 
plano improvisado y discurso apasionado que me invita a conocer una tierra rica y desconocida.

Ruinas de San Ignacio Miní
Por fin llego a San Ignacio, Miní como apellido, un mosaico en el metro me la hizo buscar y conocer, y ahora ya estoy aquí, buscando esas ruinas que un día fueron jesuitas. Tierra roja y guaraní, y un espacio ganado a la selva que es dueña y madre por aquí. Y recorro esas ruinas, que son distintas a las demás. Leyenda negra que no es tal, y un pueblo salvaguardado por un milagro cultural, las Misiones jesuíticas hoy en
Museo de San Ignacio Miní
olvido mundial, donde el comunismo ya existió y no hubo ninguna imposición, sino una organización casi perfecta que salvó al guaraní, a la lengua y al que la hablaba, y sin ellos no habría hoy, bandeirantes casi eternos asolando siempre al débil, y el oboe de Gabriel resonando en la espesura.

Al día siguiente atravieso San Ignacio, selva y un camino que no termina hasta el Paraná, siempre el Paraná, Paraguay del otro lado y una brisa y temperatura que me hacen detenerme y contemplar, 
 lapachos floreciendo, los buitres en lo alto, libertad en el ambiente y paraíso terrenal. Es tarde y vuelvo al hostal, pero Mauricio ya no está. Así lo intuía yo y así tenía que ser él, en la noche ya me anticipó que era tiempo de partir, y en la nevera aún los restos de esa cena que no olvidaré. Vagamundos con hatillo que un día rompió con la totalidad, pájaro libre

y generoso que no encaja en la ciudad, ni siquiera en la modernidad, y hoy transita por el mundo aferrado a su botella, y es que no hay alma sin su cruz. Conocí a un hombre y un ejemplo, invisible a la sociedad, de la nada que tenía me dio su todo sin preguntar, un arroz y humanidad, quién el rico y quién el pobre, en la calle y en mi ciudad, tantos otros que no vemos, que no queremos ni mirar, historias diferentes que nunca osaremos entender por si son ellos los que tienen la razón.


Que te vaya bonito mi buen amigo, me enseñaste una lección que espero nunca olvidar, ojalá que nuestros caminos se vuelvan a cruzar.

San Ignacio