Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



miércoles, 27 de julio de 2016

XLI. Hang Tuah

Mi recorrido por Malasia llega a su final, un vuelo hacia Nueva Zelanda espera en Kuala Lumpur y pone fecha de caducidad a mi periplo por la península. Tan sólo restan cinco días y todavía quiero visitar dos de los lugares más significativos del país, la antigua ciudad colonial de Malaca, histórica capital y lugar estratégico en la expansión de las potencias europeas por el Sudeste Asiático que por su importancia diera nombre a la península de Malasia y al estrecho que la separa de la isla de Sumatra, así como el Taman Nagara, corazón de la selva malaya y uno de los últimos reductos de la naturaleza salvaje que definen el país. No me encuentro lejos de ambos lugares, así que me apresuro para poder visitar los dos en el poco tiempo que me queda.




Y me encamino primeramente hacia Malaca, continuando la línea circular que voy describiendo por la costa desde que la alcanzara en Kota Bharu, al nordeste del país, y que ahora, tras alcanzar el extremo sur de la península en Singapur, sigo con dirección noroeste. La distancia que separa ambas ciudades es corta, pero
Gan Boon Leong, Mr. Melaka y Mr. Universo
los siempre penosos trámites fronterizos harán que me lleve casi toda la jornada recorrer los poco más de doscientos kilómetros. Sellos, huellas, pasaportes, lenguaje arcaico en la era de la inmediatez que se atascó en la aduana.

Datuk Wira Gan Boon Leong, héroe local, Universo Schwarzenegger, hace de anfitrión y me muestra el camino de entrada a Malaca, origen portugués, presente indefinido. Barrio chino en mi hospedaje, templos de incienso y de un ayer que no encontré en su lugar, y en la esquina una mezquita, muros de cal y verde en azulejos que
Plaza de Holanda, Malaca
acercan otra vez el mediterráneo a mi retina. Malaca resume y condensa lo que entiendo es Malasia como tierra y nación, mestizaje y convivencia, aún no perfecta sí ejemplar, historia colonial y presente de turista enun rojo singular que colorea su plaza, pequeña y coqueta. Molino holandés, fuente victoriana e iglesia portuguesa, herencia progresiva de sus dueños pasajeros, y un largo canal que se pierde al interior con tuk tuks en sus riberas, invasores extraterrestres que están fuera de lugar, mi guía los aplaude por su aporte peculiar, y yo no encuentro el sentido a este monumento al kitsch.
Tuk tuk en Malaca
Subo la colina y aparecen unas ruinas de lo que fuera la primera iglesia en Malasia y en todo el Sudeste colonial, reducto jesuita y base para Francisco Javier, santo misionero como pocos hubo jamás, y que abajo
Monumento a San Francisco Javier, Malaca
de la colina todavía da su nombre a otra iglesia ya menor. Y entre medias un palacio, belleza original, de cuando no había europeos pero sí el musulmán, Malaca era sultanato y poderoso además. Museo en su interior y una historia que me fascina, la de un guerrero legendario, valiente y leal, ejemplar en su nobleza que le hizo héroe nacional, historia de sangre y puñales, traición y amistad,
D´artagnan de la Malasia todavía sin conquistar, por nombre Hang Tuah.

Hang Tuah, Guerrero del Sultanato de Malasia
Y me encamino hacia el mar, sin el cual no habría Malaca, y contemplo una carabela, recuerdo portugués conquistado hoy por los chinos, última visión antes de partir, de la ciudad hacia la selva, aunque primero la de cristal, escala en Kuala obligatoria para seguir.

Río Kuala Tembeling, Taman Negara
Y de nuevo un autobús que se encamina al corazón y el paisaje otra vez verde, intenso tropical, adornado de palmeras. No llego a tiempo de tomar el bote que remonta el río Tembeling hasta Kuala Tahan, puerta de entrada natural, así que tendrá que ser por tierra, camino largo pero hermoso que se interna poco a poco en lo que luego será jungla impenetrable.

Un poblado improvisado, en un cruce de aguas, y unas barcas que hacen un puente que no existente entre orillas alejadas, salida y entrada para un mundo olvidado. No me sobra el tiempo y no quiero que se pierda, cruzo el río y cambio de escena, empieza aquí la selva aún con hueco para un resort que convive empequeñecido ya con monos y lianas.

Portaequipajes, Taman Negara
Y emprendo un camino buscando un mirador ya bien dentro de la jungla, enseguida dejo atrás el
Interior de la selva
precocinado para es turista no avezado y empiezo a pisar tierra, barro y ramajes, ahora sí siento el poder de un terreno sin dominar. Avanzar se hace difícil, kilos de humedad y un terreno que se resiste, mientras la luz se difumina entre árboles sin final. Un claro y surge el río, marrón espeso y silencioso, y ese puente conquistado por lianas imposibles de entender. Llegaré hasta un refugio pero es tiempo de volver, la noche ya se anuncia y no pretendo acampar, tablero de serpientes en el que no quiero jugar.

En la mañana retomo el camino pero con otra dirección, espesura similar pero que ahora es hacia arriba, sucesión de puentes colgantes que ya viera en su lugar y que no me aportan mucho más que altura, hasta que alcanzo su continuación con una hermosa ascensión que acaba en baño de sudor y un horizonte despejado, remolinos de maleza que no parecen acabar mientras se pierde la mirada.

Puente colgante, Taman Negara
No me basta con la visión y en la tarde busco algo más, una barca solitaria me acerca a la otra orilla y se marcha sin preguntar. Caminos difuminados porque aquí no hay nada que ver, según me dijeron en la oficina del parque nacional, intriga que me empuja hacia esta parte de la selva que lo es aquí en toda expresión. Un
Taman Negara
poblado semi abandonado con vallas de Jurassic Park, defensa para tigres, elefantes y lo que pretenda entrar, y cuando lo dejo atrás ya no hay nadie a quien cruzar, humana soledad en una jungla que alienta y respira y es todo vida y sonoridad.

Un tropiezo y unos varanos que se lanzan en carrera, y mi pulsación detrás, emoción inesperada mientras trato de alcanzar una cueva derruida. Tras varias horas de embestida, arriba y abajo que no termina, la maleza que se encrespa y me clava sus espinas, recuerdo para el intruso que pasó sin preguntar y que al poco ya da la vuelta, una sangre que no me gusta y un cansancio que no perdona, otra vez el manto negro tropical que avanza lento aún sin parar cubriendo todo a su paso.


Exhausto y vacío alcanzo de nuevo la luz, embarcadero solitario como al llegar, mano al alza en señal y un barquero que me otea desde la orilla civilizada. Suelto la mochila y contemplo el río por última vez, el ruido del motor de la barca resuena en mi cabeza y me despierta de este sueño natural, Malasia acaba aquí ya para mí, y será imposible de olvidar.