Visiones de un viaje sin destino ni final, rumbo Este tierra y mar, un mundo por conocer. Un buen día salí desde Madrid, y de momento sigo andando, hasta donde llegue...



viernes, 8 de julio de 2016

XXXVIII. Orang Asli

El avión desciende ya con decisión mientras contemplo por la ventanilla selvas de palmeras seriamente uniformadas, ¿será algo natural? Tendré que preguntar a Ki, a quien espero reencontrar meses depués de compartir camino por las ya lejanas tierras albanesas. Unos minutos más y habremos tocado suelo, nuevo, desconocido para mí, en una región del mundo a la que llego sintiéndome turista, buscando aún el Este pero despojado ya del traje de explorador que perdí al cobrar alas. Dispuesto a seguir entendiendo, soy cosciente de que llego a un lugar amamantado por petróleo y quizá ya muy artificial, pero albergo la esperanza de encontrar todavía una naturaleza que intuyo salvaje y poderosa, escenario casi teatral de un auténtico crossroad cultural. He llegado a Malasia.


Moderno y rápido tren que me acerca hasta Kuala, Lumpur, otro reino de cristal que sin embargo intuyo con trastienda de interés. En mi camino hacia el hostal descubro con disimulo razas y colores, mestizaje descomunal que inunda el asfalto y desprende un aroma de lugar sin definir. Hindúes, musulmanes, todo tipo
Calle de Kuala Lumpur
de orientales y otras pieles sin definir, quizá origen tribal, pero todavía no lo sé, y algo similar cuando pongo a funcionar la antena de mi oreja, lenguas en amalgama donde reina el inglés, impronta colonial junto a los coches por la izquierda.

Y enseguida otra raza, llamativa y abundante, el blanquito colonial, del que a mi pesar también yo formo parte. No tardo en comprender, al poco de recorrer, Malasia y Kuala son propicias para ello, exostismo y facilismo con buen transporte y el inglés, y para colmo baratismo que hace al euro y la libra los reyes del
Torres Petronas, Kuala Lumpur
carnaval, en una sola tarde veo los mismo europeos que en varios meses atrás, buscando una aventura que aquí no es ya tal, el mundo empequeñeció y ya nunca será igual.

Algo así me dice Claudia, el Sudeste ya no está, el turismo lo corrompió. Viaje largo en sus piernas al igual que otros muchos, visa para un sueño y una forja especial, casta de aventureros desconocida para mí, latinos que conquistaron Nueva Zelanda desde abajo, y ahora recorren Asia hasta donde el aliento les alcance. Y no puedo sino unirme, por aquello que nos une, una lengua y un origen y una forma de entender aquello que es la vida, sin pensar pero sintiendo en su compañía lo que en casa y en mi barrio tantos meses después, esa cena y esa charla y ese calor
Centro Comercial, Kuala Lumpur
familiar, brindis en la noche, por el viaje y nuestras tierras, tan lejanas y hoy tan cerca.

Y Ki me enseña las mejores galas de Kuala, ¡paraíso comercial! Un anillo de superficies que completa la ciudad, para algunos no hay otro lugar y de uno saltan al otro, volvemos al progreso de plástico y cartón piedra. Pero a la sombra de la tarde las Petronas se desdibujan, reflejo en el estanque que ahora ya es una piscina, un sinfin de querubines y sus madres bien veladas, la vida todavía fluye y aún queda esperanza.

KLCC Park, Kuala Lumpur
En las afueras las Batu cuevas, que rompen con la ciudad, peñascos agujereados que surgen sin avisar, tarjeta de presentación de la Malasia de verdad, cubiertas de vegetación y
Cuevas Batu, afueras de Kuala Lumpur
rellenas de sacralidad. Khrisna y Brahma que dominan un lugar que es especial, los monos también lo saben y vigilan con celo al turista y al local, mientras por las escaleras se alcanza el agujero principal, hoyo en la roca y esencia espiritual con un templo iluminado por la luz que osó pasar.

Cuevas Batu

Cuevas Batu
Pero ya es tiempo de partir y buscar naturaleza, tengo tiempo por delante y ansia por descubrir, y las tierras altas de Cameron serán buen sitio para empezar. Carretera sinuosa y autobús todo confort, el campo se hace selva y el paisaje abrumador, ahora entiendo al inglés y su amor por el lugar, donde el aire se aligera y no es tanta la humedad ni tampoco la temperatura, qué maravilla de lugar. En Tanah Rata planto la base, y empiezo a recorrer, los 
Orang Asli, Cameron Highlands
caminos que se internan por una selva bien espesa, y el turista desaparece mientras surge el dueño de verdad. Me cuesta asimilarlo pero todavía viven aquí, indios Orang Asli que no 

entienden de ciudad, la selva es casa y refugio y almacén de todo cuanto requieren. Entre helechos arborescentes, lianas y maleza, me desvío de la senda y aparezco sin querer en mitad de una aldea aborígen. Pero no quiero molestar y no soy yo de su interés, de blancos ya se cansaron, media vuelta y a seguir.

Y continúo por la selva, exhausto y bañado en sudor, hasta que
Cascada en la selva, Cameron Highlands
alcanzo un altozano y de nuevo la claridad, y llego a otro paraíso, también herencia colonial. En lo alto y culminando un tapiz verde que se pierde, hojas de té en plantaciones perfilando la montaña, mientras ondulan un paisaje tan intenso y peculiar, fuente de riqueza con acento del inglés, que inconsciente o quizá sí, creó un algo de belleza sin igual.

Contemplo relajado desde la altura y al horizonte, un algo de viento suave y ambiente de mucha paz, sensaciones que grabo

en mi memoria y espero no olvidar.

Plantaciones de te, Cameron highlands